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Historia

Secretos de La Tablada: el informe que aseguraba que el Ejército no podía enfrentar enemigos y la carta ignorada de Alfonsín a Bush
 


Una de las imágenes icónicas de la recuperación del regimiento de La Tablada: un tanque pasa por encima de uno de los vehículos con que ingresaron los subversivos del MTP.

  • Más videos y fotos: GonBal.

  • Varias semanas más tarde de la recuperación de los cuarteles de La Tablada, el general de brigada Alfredo Arrillaga –en ese momento Inspector General del Ejército- le elevó al Jefe del Estado Mayor General del Ejército un informe sobre lo sucedido entre el 23 y 24 de enero de 1989.
    Suena por lo menos a inexplicable la demora del informe final al general Francisco Gassino por parte del comandante de la “Operación Táctica” de recuperación de la unidad militar. Lo menos que puede explicarse es que el desorden argentino era tan mayúsculo que bien puede haber provocado el retraso de la redacción al mismo Gassino.

    Quiérase o no, el informe es una triste radiografía del estado de la fuerza militar, principalmente por el estado de sus materiales de combate. Un analista militar observará que este informe “es un tiro en el pie de su autor, pues era Inspector y debió superar estos déficits en oportunidad y no como consecuencia de operaciones sorpresivas.
    Le tocó a él sufrir las consecuencias de la imprevisión. Debió haber sido nombrado el Comandante de la Brigada de Infantería X para recuperar su cuartel. ¿Por qué fue designado Arrillaga? Totalmente ajeno al comando de tropas”.
    La explicación a tenerse en cuenta es que Arrillaga se hizo responsable de la situación de combate, por el expreso pedido de su Jefe del EMGE, tras un mes de haber asumido su cargo.

    Arrillaga explica que “los helicópteros tuvieron que ser operados en condiciones mínimas de seguridad para el apoyo de la operación; particularmente la evacuación de heridos”.
    Se carecía de equipos de comunicaciones radioeléctricas “para enlazar las pequeñas fracciones del orden de sección que debían operar.”

    Reseña sobre la “utilización de munición vencida para lanzacohetes” y “falta de zapatos de goma en los vehículos oruga” entre otras de las falencias.
    Los cañones de 20 mm de vehículos blindados se trababan por falta de mantenimiento en TAMSE y “la imposibilidad de usar lanzallamas... por falta de partidas no pueden pagar su carga”.
    Ni qué hablar de “la falta de elementos apropiados para equipar a tropas especiales, visores nocturnos, sogas para trepar, gases y máscaras, etc.”.
    Arrillaga, además, informó sobre “la falta de tropa para defender en forma mínima las instalaciones... y carencia de tropa para conformar una fuerza orgánica de recuperación”.

    Ante el deplorable estado de cosas, el general Arrillaga llega a la conclusión que “las novedades enunciadas como producto de la experiencia obtenida en La Tablada, más otras conocidas en el Estado Mayor General del Ejército, hacen apreciar, pese a los elementos del Área Estratégica Principal Austral, que la Fuerza carece de capacidad operacional para enfrentar a un enemigo externo o interno si se produce un nuevo ataque en una guarnición aislada geográficamente del resto del Ejército.”

    El militar informante sugiere una serie de decisiones a tener rápidamente en cuenta. Entre otras, el aumento de efectivos a incorporar; el “aumento del presupuesto destinado al mantenimiento y acrecentamiento de la capacidad operacional perdida”.
    También, aconsejaba un “cumplimiento urgente del acuerdo con el Ejército de los EEUU para la modernización de helicópteros y M 113” (vehículos blindados).
    Por último, advertía “reiniciar el equipamiento para evitar el atraso técnico-científico con otros países, especialmente vecinos.”
    En resumidas cuentas, estas reflexiones eran prácticamente de imposible consideración teniendo en cuenta la situación económica argentina y que ya no se tenían en cuenta las “hipótesis de conflicto”.
    Por otro lado, existían consideraciones de política exterior en las que el Ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, tenía escasa injerencia.

    En las horas que Arrillaga redactó el informe para Gassino la cuestión de las responsabilidades sobre el criminal ataque de la ultraizquierda a La Tablada era parte del debate nacional.
    En el gobierno se mostraban sorprendidos por la acción del Movimiento Todos por la Patria y dejaban trascender que no tenían relaciones permanentes con sus miembros.
    Sin embargo, los más duros ataques contra Carlos Menem, el candidato presidencial del peronismo, y sus “vinculaciones” con un sector del Ejército eran cotidianos.
    Estaba en marcha un plan siniestro del MTP y los altos niveles del Poder Ejecutivo sostenían desconocerlo. Menem no lo ignoraba pero se limitó a observar a la espera de una reacción oficial que no llegó.
    Entre los tantos informes que recibía, hubo uno que le informaba sobre las actividades del jefe guerrillero Enrique Gorriaran Merlo. Está fechado el 21 de diciembre de 1988, un mes antes del ataque, y sostenía:

    "... 2 Situación del ERP: Se tiene conocimiento que está en Argentina su conductor militar Enrique Gorriarán Merlo quien ha determinado que la organización "Todos por la Patria", sea su órgano de difusión.

    Esto último se pone en evidencia cuando el ERP publica una solicitada en varios medios de comunicación gráficos en un frontal ataque a las Fuerzas Armadas en general, siendo el referente y firmante más conocido, el nombrado Enrique Gorriaran Merlo."

    Como hemos visto, hasta bien entrada la mañana del 23 de enero de 1989 el gobierno radical sostenía que el ataque era realizado por efectivos que respondían a “la derecha” y al coronel Mohamed Alí Seineldín.
    Esta “cantinela” perduró hasta el mediodía pero el gobierno no convocó a una movilización en defensa de las instituciones como en otras oportunidades.
    No afirmaba lo mismo Horacio Jaunarena, Ministro de Defensa, que ya había sido advertido a las 06.30 por su edecán militar y poco más tarde por el propio general Gassino, según lo relata en su libro “La casa está en orden”.

    Con fecha 25 de enero de 1989, Carlos Menem recibió un completo informe sobre las actividades y los integrantes del MTP en el que se afirma que “el blanco” de la organización “ha sido el doctor Carlos S. Menem y la estructura electoral del Partido Justicialista”.
    Ante el evidente fracaso del plan el informe especula que deberían esperarse en los días siguientes “las renuncias de todos los elementos que integran la cadena de responsabilidad en la detección de información y elaboración de Inteligencia Nacional y que no advirtieron ni alertaron la proximidad de episodios como La Tablada (SIDE-Interior)”.

    Nada más equivocado porque todo siguió igual. Frente a los reclamos militares, apenas se creó un Consejo de Seguridad Nacional (COSENA) que lanzaba por la borda el texto de la Ley de Defensa Nacional, pero a los pocos días a instancias de los ministros de Interior y Relaciones Exteriores se presionó para que las FFAA no tuvieran participación en tareas se seguridad interior.
    “Ante la negativa –le informaron a Menem—los jefes del Estado Mayor insistieron con la propuesta, planteando que podría crearse un ‘segundo escalón’ para el caso de que el accionar subversivo superara a las fuerzas policiales y de seguridad.”

    Mientras se discutían estas cosas en la intimidad, nunca se avanzó en la investigación de los hechos relacionados con el ataque fuera del cuartel. Solo se limitó a las acciones dentro de la unidad.
    Nadie quería hablar de las sumas de dinero que el gobierno brindó a los atacantes y sus cómplices para la campaña mediática contra Menem, previa al asalto a la unidad.
    Tampoco nadie se atrevía a señalar con certeza las reuniones entre funcionarios de gobierno y los atacantes.
    Se hablaba de citas en Porto Alegre, Brasil, o encuentros furtivos en la discoteca bonaerense “Palladium”.

    Las explicaciones que daban algunos funcionarios tendían a diluir las certezas que tenía la oposición sobre las complicidades difíciles de establecer.
    Por ejemplo, en un cable de la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires (para ser analizado en Washington, Madrid, Caracas, Panamá y Managua) se informaba que el canciller Dante Caputo contó que el 26 de enero de 1989 el presidente español Felipe González le dijo telefónicamente a Raúl Alfonsín que “el incidente de La Tablada no se limitaba únicamente a la Argentina. González dijo que tenía ‘hard information’ de similares acciones que se llevarían a cabo en otros países del hemisferio. Específicamente González le mencionó a Venezuela a Alfonsín.”

    En particular, alrededor de la asunción presidencial de Carlos Andrés Pérez, el 2 de febrero de 1989. En el mismo texto se dice que Caputo adelantó que el gobierno pasaría al “contraataque” con la creación del COSENA y responsabilizó a Nicaragua y Panamá, no así a Cuba.
    El funcionario estadounidense le comentó a Washington que no creyó “apropiado” averiguar si el “contraataque” significaba algún tipo de denuncia contra Nicaragua o Panamá. Tampoco no deseó considerar con Caputo si había enlaces cubanos con el MTP.

    Al día siguiente, el Ministro Enrique Nosiglia hablando con la embajada de los EEUU dijo que alrededor de Menem había elementos que habían montado una fuerte campaña de desinformación contra su persona y la Junta Coordinadora en los últimos años y considero a Menem como “un gran irresponsable” por repetir esas falsas premisas.
    Dijo que no tenía en claro si los terroristas que atacaron La Tablada tenían fuertes contactos con los sandinistas pero al poco rato dio algunos nombres significativos de los asaltantes y sus anteriores actividades en Managua.

    ¿Cómo, en ninguno de los cables del Departamento de Estado nunca se habló del coronel Andrés Barahona López, alias “Renán Montero Corrales” o “Iván” o “Monleón”?
    En 1967 era miembro del Departamento América del Partido Comunista de Cuba (subordinado de “Barbarroja” Manuel Piñeiro), cuya misión era servir de enlace entre la guerrilla cubana y los grupos urbanos en Bolivia.
    A poco de llegar Ernesto Guevara a Bolivia, “Renán-Iván” volvió a La Habana y apareció en París como agregado de las FAR, dejando a la guerrilla sin contacto con la ciudad y La Habana, porque Fidel Castro le había soltado la mano al Che.

    En los años 70, desde Costa Rica, “Renán” coordinó la guerrilla del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Luego se incorporó a la Brigada Internacionalista junto con el ERP, Montoneros y el MIR chileno entre otros.
    En 1979 se hizo nicaragüense y, junto a los comandantes Tomás Borge y Lenín Cerna (jefe de Inteligencia), reestructuró la Dirección Quinta (Operativa) de la Inteligencia nicaragüense. Murió en 2009.
    Por sus funciones, se lo señala como habiendo tenido relación con el grupo argentino entrenado en Nicaragua que atacó el Regimiento de La Tablada en enero de 1989.
    ¿Nicaragua podía montar operaciones en el exterior con el completo desconocimiento de La Habana?

    Años más tarde (2010), el oficial nicaragüense Víctor Boitano le dijo a la periodista estadounidense-cubana María Elvira Salazar (hoy representante republicana por la Florida) que con dinero del narcotráfico de Pablo Escobar, “El Pelón” (Gorriarán Merlo) “fue financiado por nosotros en 1989 para realizar el asalto al cuartel de La Tablada”.

    El 14 de febrero el canciller Caputo se entrevistó con Dan Quayle, vicepresidente de los EEUU, y hablaron de reforzar la vigencia de la democracia en la Argentina y cuanto había ayudado las cartas que se cruzaron el presidente George Bush a Alfonsín.
    El cable no lo dice ni recordará la disputa pública que Alfonsín mantuvo con Ronald Reagan en el jardín de las rosas de la Casa Blanca en 1985 alrededor de la situación en Nicaragua y América Central. Reagan consideraba a los “contras” que luchaban contra el gobierno del Frente Sandinista de Liberación como “luchadores por la libertad”.

    Tanto en el presidente argentino como en su canciller primaba una ideologización a ultranza y absurda que le permitía viajar a La Habana para conversar con el tirano más longevo de América Latina y, a la vez, le impedía sentarse con el dictador chileno Augusto Pinochet con quien la Argentina tenía 5.000 kilómetros de frontera y problemas comunes.
    No siguió el ejemplo del teniente general Alejandro Lanusse (1971-1973) con Salvador Allende al poner fin a “las fronteras ideológicas” del pasado.

    Seis meses más tarde del asalto a La Tablada, el presidente Raúl Alfonsín tuvo que abandonar la Casa de Gobierno en medio de la insatisfacción de la sociedad y los asaltos a los supermercados.
    A las 8.12 de la mañana del 8 de diciembre de 1989, el ex mandatario se sentó con el periodista Luis Majul y reconoció la existencia de una carta que le dirigió a George Bush y de la que hablaron el vicepresidente Quayle con Dante Caputo. Se sorprendió porque el periodista conocía el tema. Y dijo:
    “Antes de la corrida del dólar del 6 de febrero yo le mandé una importantísima carta al presidente George Bush. En ella le pedía dos audiencias urgentes para el ministro (Juan) Sourrouille. Una para que lo recibiera el Secretario de Estado. Otra para que hablara con el titular del Departamento del Tesoro.”

    La respuesta de Bush llegó con demora y “fue formal”. Alfonsín se explayó:
    “La Argentina se encontraba en una situación verdaderamente difícil. Sabía que necesitábamos un apoyo político y económico excepcional... mi impresión es que Estados Unidos evaluó la situación y consideró que no debía jugarse por nosotros.
    En ese momento nos sentimos verdaderamente aislados. La sensación es la misma que puede tener un náufrago cuando le quitan su tabla de apoyo.”
     


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