"Capital del Viento" |
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Tras casi cinco decenios de vida republicana y constitucional, con aciertos y tropiezos, la cuestión del régimen electoral se tornó fundamental a comienzos del siglo XX en Argentina.El sistema de lista completa significaba que el partido triunfante en los comicios ocupaba todas las bancas en disputa, desembocando en una política de acuerdos que debilitaba la competencia electoral.
No obstante los inocultables fraudes y tropelías electorales, la oposición también ganaba comicios, como ocurrió en 1894 con el triunfo radical en Capital y provincia de Buenos Aires, y en 1896 con la victoria de los mitristas en la provincia de Buenos Aires y la UCR en Capital.
Pero la casi constante ausencia de la oposición en el Congreso, debido a este régimen electoral de hierro, tenía como consecuencia no querida la salida revolucionaria.
El primer intento de reforma electoral con circunscripciones uninominales fue del presidente Domingo Sarmiento y su entonces ministro del Interior, Dalmacio Vélez Sarsfield. Desde entonces y en forma recurrente, se presentaron varios proyectos para quebrar la rigidez de la lista completa en beneficio de una selección uninominal de los legisladores.
Durante la segunda presidencia de Julio Roca, esta tarea fue asumida en 1902 por el talentoso ministro del Interior Joaquín V. González.
Su proyecto original fue sumamente ambicioso: contemplaba la elección por circuitos uninominales para diputados de la Nación, para electores de la fórmula presidencial y para electores de senador en la Capital Federal; el sufragio secreto; la edad del sufragante se elevaba de 17 a 18 años de edad; el extranjero propietario o profesional, con dos o más años de residencia, obtenía la ciudadanía argentina automáticamente al empadronarse.
En un mensaje al Poder Legislativo previo al envío del proyecto de ley, se sugería también la obligatoriedad del voto, que luego fue descartada. El propósito era vigorizar a la cámara de diputados con el ingreso de representantes emanados de sus localidades, en una franca competencia que despertaría el entusiasmo cívico.
El debate fue inteligente, razonado, vibrante. Ya en la comisión de negocios constitucionales se desestimó la adquisición de la ciudadanía mediante el empadronamiento. Ya en el debate en las cámaras, por pocos votos fue derrotado un intento de calificar al votante, y por moción del senador Carlos Pellegrini se continuó con el voto oral, en defensa del coraje cívico.
El diputado Gouchon propuso, con diez años de anticipación, el sistema de lista incompleta que luego impulsaron Roque Sáenz Peña e Indalecio Gómez.
La vigencia de esta nueva legislación fue breve: para la renovación de la cámara de diputados, la elección de electores presidenciales y de electores de senador por la Capital en el año 1904, así como en elecciones parciales de diputados durante 1905 (por aquel entonces no existían los diputados suplentes).
Algunos opositores lograron ingresar al Congreso en la Capital Federal, en su mayoría del mitrista Partido Republicano y del pellegrinista Partido Autonomista. Sin embargo, el más renombrado fue Alfredo Palacios, socialista, quien obtuvo su escaño gracias al franco apoyo que los republicanos le dieron en el último momento, para derrotar al candidato del PAN oficialista.
Resulta claro que la reforma nació truncada, su breve existencia no permitió valorar las virtudes y defectos del sistema mayoritario, pero las páginas de su debate parlamentario son de estricta actualidad y merecen ser repasadas como fuente de ideas y reflexiones, en estos tiempos de discusiones en torno a cómo queremos votar.
Créditos:Ricardo López Göttig es historiador, novelista e Investigador Asociado de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre www.atlas.org.ar (02/08/02)
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