"Capital del Viento" |
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Mucho, muy bueno y muy malo se ha escrito sobre lo ocurrido durante la Revolución (incruenta, pero revolución al fin) del 25 de mayo de 1810, que dio origen a la Nación Argentina.Bien poco podrían entenderse los sucesos de mayo, sin contextualizarlos. El disparador del proceso emancipador, sin dudas, lo constituyó las singulares acciones ocurridas en 1806 y 1807, con la Reconquista y Defensa de Buenos Aires.
Luego de Trafalgar, Gran Bretaña se constituyó en la soberana de ultramar, del mismo modo que tras triunfar en Austerlitz, Napoleón quedó dueño absoluto de la Europa continental. Una potencia quedaba libre para comerciar en el mundo, mientras que la otra se debería ceñir al comercio europeo, que no era poco.
Así las cosas, Gran Bretaña se lanza a conquistar las posesiones españolas, francesas y holandesas en América y Africa, y de esta empresa surge la conquista del Cabo y del Río de la Plata en 1806.
Menuda sorpresa se llevó la Rubia Albión, cuando una “chusma de mulatos españoles” (como denominó la prensa británica a los criollos de Buenos Aires) los echó de la capital virreinal a sangre y fuego.
En Buenos Aires, entre 1806 y 1807, cayeron las célebres banderas del 71º de Highlanders de Escocia, del Royal Marine Battalion, del 88º, 95º y decenas de regimientos que habían conquistado para su Graciosa Majestad territorios alrededor del mundo.
Allí también, en Buenos Aires, el pueblo –protagonista de esa gesta- fue consciente tanto de su poder como de su orfandad frente a su Metrópoli: El rey de España no tuvo ningún interés ni en la pérdida de sus tierras americanas, ni hizo absolutamente nada para su recuperación. A pesar de ello, el pueblo e instituciones virreinales porteñas siguieron leales a la Corona, pero el germen de la soberanía popular estaba sembrado.
Buenos Aires, y con ella todas las provincias que constituían el Virreinato del Río de la Plata (Los actuales territorios de las repúblicas Argentina, de Chile, Paraguay, Bolivia, Uruguay y parte de Perú y Brasil) estaban en armas: Habían constituido el disciplinado y poderoso ejército que se enfrentó y venció a la más poderosa fuerza de la época, a la misma que años después vencería al propio Napoleón, y eran cada vez más conscientes de esa fuerza, sobre todo de la fuerza de su opinión y voluntad.
Entre los años 1808 y 1809, España prácticamente había desaparecido como Estado Nacional, estaba invadida por fuerzas extranjeras, se había sublevado el pueblo, el rey estaba en una curiosa y singular “cautividad” y el poder real lo constituían una juntas cuyo poder era nulo y su legitimidad muy opinable.
En tales condiciones, las posesiones de ultramar –y en particular el Virreinato del Río de la Plata- se encontraban más consternadas aún: ¿A qué rey representaban los virreyes? ¿A Fernando? ¿A José Bonaparte?.
Particularmente el virrey Liniers que era francés y había dedicado sus victorias al Emperador Napoleón. ¿A quién sería leal?. ¿Quién tenía poder para designar a un virrey?. ¿Una Junta?. ¿Cuál de todas?.
Si las juntas eran designadas por las instituciones representativas del rey y del pueblo, y no por el rey mismo. ¿No habría que designar otra junta de gobierno en Buenos Aires en lugar de un virrey cuyo nombramiento decaía en cuanto no hubiese rey?.
Todas estas dudas, sumadas a la desconfianza hacia el virrey Liniers, y a la designación del virrey Cisneros (cuya autoridad personal, celebridad y méritos nunca estuvieron en duda, sino solo la legitimidad de su nombramiento por parte de una Junta), llevaron al pueblo e instituciones porteñas (Cabildo y Real Audiencia) a convocar, al igual que sucedía en la Península, un Cabildo Abierto para conformar una Junta que, elegida por el pueblo y las instituciones, gobernase en nombre de D. Fernando VII.
La presión surgía en razón de no aceptar los españoles americanos ser considerados “menos” que nadie en el resto del imperio. Muchos pensadores de la época, incluso asesores bien intencionados de la propia Corona, sugerían hacer estas “concesiones”: Tratar al pueblo de las colonias de la misma manera que al de la Península, tan así que cuando ya todo el imperio estuvo perdido, el propio Fernando VII designó en las cortes diputados “de” los territorios ultramarinos (y no “por” los territorios, que eran españoles peninsulares).
Buenos Aires, a pesar de la presión popular, se mantuvo siempre leal a los Monarcas, y recién hizo eclosión toda la situación reinante, cuando llega al Río de la Plata la noticia de la caída de última junta peninsular: En España definitivamente no había mas ninguna clase de gobierno. Recién allí se llamó a Cabildo Abierto para determinar quién gobernaría estos territorios, pero siempre sosteniendo la lealtad al Rey de España.
Allí, en mayo de 1810, el pueblo que había defendido estas tierras para España, y que se había mantenido siempre leal y consecuente, ratificó esta lealtad, conformando una junta que gobernaría en nombre de Fernando VII. ¿Y cuál es la revolución?. Cierto es que todo transcurrió muy rápido y con muchas presiones, pero ¡no corrió una sola gota de sangre!.
Las discusiones fueron todas fundamentadas y lo revolucionario fue que el propio pueblo a través de su presión y convocatoria, y de sus representantes militares, eclesiásticos y de los propios vecinos, forzó a través del voto, la conformación de una junta mayoritariamente constituida por americanos.
Eso fue lo revolucionario: Solo los americanos defenderíamos los intereses de los americanos, sin perjuicio de la Corona, ni del reconocimiento de nuestra lealtad.
Bien cierto es también que en la junta hubo militares y clérigos, tan cierto como el compromiso que ambas instituciones demostraron durante la historia reciente (La Reconquista y Defensa de la ciudad).
Tan cierto como que en la propia institución eclesiástica existían sectores progresistas americanos y conservadores peninsulares.
Tan cierto como que el supuesto “golpe militar” no lo fue, ni por golpe, ni por militar, ya que el gobierno fue elegido por voto legítimo y el presidente de la junta, el coronel D. Cornelio de Saavedra, era un comerciante devenido en coronel de un regimiento voluntario como el de Patricios, glorioso y numeroso, pero voluntario y por tanto, no era un militar de carrera, formación y doctrina.
La historia posterior al 25 de mayo de 1810 es la de la República Argentina, y por tanto, esta también llena de glorias y miserias, como la de toda nación, pero eso es otra historia...
La Revolución de Mayo de 1810, esta llena de curiosidades y si queremos ver miserias, seguramente las encontraremos, pero la basura la buscan los basureros.
Nosotros, la gente de bien, nos guiamos por ideales y valores, y de eso también estuvo llena la Revolución de Mayo, y fueron esos ideales y esos valores y el compromiso de aquellos próceres (llenos de virtudes y defectos como cualquiera de nosotros) lo que dio nacimiento a la Nación Argentina.
Todas las naciones se fundan en los valores, ideales y el compromiso de su pueblo, las miserias (que las hay en todos los casos) que las busquen los miserables.
Créditos:Por el Lic. D. Horacio-Guillermo Vázquez Rivarola. Docente Universitario. Historiador. Escritor. Comandante del Tercio de Gallegos de Buenos Aires. Publicado en el Sitio valencia1808.com. (2009)
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