"Capital del Viento" |
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Juan Gregorio de la Heras (daguerrotipo).
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Mendoza, mediados de septiembre de 1816. El invierno había finalizado y se abría la cordillera. La batalla contra el tiempo debía vencerse bajo el temor de una invasión realista desde Chile. Sin embargo, San Martín había decidido anticiparse y dar el primer gran paso: cruzar los Andes y llevar la guerra tras las inmensas montañas.
Por aquella época, la suerte de la revolución en las Provincias Unidas era incierta. El peligro de una expedición represiva remitida desde España amenazaba el esfuerzo de los gobiernos que a duras penas alcanzaban estabilidad política. Los enfrentamientos intestinos, primero con el jefe oriental Artigas y luego con los caudillos de otras provincias, desviaban grandes recursos de la verdadera lucha por la libertad. En el norte, la inminencia de una nueva irrupción realista había cobrado más fuerza con la derrota de Sipe Sipe y en Chile, luego de cinco años de revolución los españoles retornaban al poder tras vencer a los patriotas trasandinos en Rancagua. Cuyo se había transformado en la esperanza de una revolución que pocos días atrás, desafiante, había manifestado al mundo su voluntad de ser independiente de Fernando VII, de sus sucesores y de la Metrópoli, y de «toda otra dominación extranjera».La obstinada idea de Buenos Aires de batir a los realistas del Perú a través de la ruta del Norte había mutado gracias a la coincidencia entre San Martín y Juan Martín de Pueyrredón, designado Director Supremo. Se dejaría reservado a aquel ejército el papel de contención de las sucesivas incursiones enemigas y se nutriría un nuevo frente al oeste para transformarlo oportunamente en una ofensiva.
El plan era claro. Invadir Chile y luego de vencer la resistencia española allende los Andes, atacarlos por tierra y mar en el centro de su poder en Lima. Con esa idea y desde mediados de 1814, el Libertador había obtenido su designación como gobernador de Cuyo, integrada en aquel tiempo por Mendoza, San Juan y San Luis. Con el increíble esfuerzo y sacrificio del pueblo, San Martín había transformado la región y comprometido sus recursos humanos y materiales en una campaña que aseguraría la libertad de Sudamérica y la suerte de la revolución.En ese marco, un hecho grave llegó a conocimiento de los altos mandos militares. El asunto, del que da cuenta un documento poco conocido que forma parte del reservorio existente en el Museo Mitre, sumado a la reconstrucción de los hechos efectuada a partir de las declaraciones tomadas a los involucrados, revela que dos jefes de unidades apostadas en Mendoza se habrían reunido desde mediados de 1816 en más de una oportunidad en una actitud francamente conspirativa para deponer y asesinar a José de San Martín, instancia demostrada en el expediente, señalándose además el momento en que el magnicidio tendría lugar y el nombre de su autor.
El crimen se cometería en aquella ciudad, una noche en la que el jefe del ejército tenía previsto asistir a la casa de su potencial verdugo, el teniente coronel José María Rodríguez, quien sería ayudado por los procesados Francisco Bermúdez y Toribio Reyes, encargados de vigilar y reducir a la custodia del general y, además, de dar aviso para el inicio del golpe.
San Martín fue advertido de la maniobra. No concurrió aquella noche a la cita y el complot, denunciado por parte de sus protagonistas y descubierto a tiempo, se frustró.En el sumario se menciona, además de Rodríguez, al sargento mayor Enrique Martínez, aunque quizás la mayor sorpresa –que supera, incluso, el hecho de ser un movimiento que desnudaba una imperdonable traición desde las mismas filas patriotas- fue el nombre que surgió de la investigación y que nadie imaginaba escuchar: Juan Gregorio de Las Heras, un bravo oficial, muy considerado por la tropa y por el propio San Martín por sus acciones militares. Más tarde sería su mano derecha en la Campaña de Los Andes, mandando la columna que cruzó por el paso de Uspallata, demostrando su valor en Chacabuco y Maipú y salvando de ser un desastre la derrota de Cancha Rayada.
Pero la investigación tomó un giro inesperado a poco de iniciarse por la actitud del propio San Martín, que pidió que la detuviera. Dijo a los mandos superiores: «Justos y poderosos motivos a favor del bien de la América me han impulsado (como lo hago) a prevenir a V.S (Bernardo O´Higgins) mande suspender todo procedimiento en la causa seguida al capitán Francisco Bermúdez y al Ayudante Toribio Reyes, y demás que resultan en ella; cuya causa me la remitirá V para con ella dar parte al Supremo Director».
No sabemos, pues, mucho más de la situación que lo que surge de los documentos a que hago referencia aunque se puede ensayar alguna explicación de los motivos que pudieron haber tenido los involucrados. Rodríguez y Carlos María de Alvear se conocían y tenían trato asiduo. A nadie escapa que este último y San Martín estaban fuertemente distanciados por irreconciliables diferencias políticas y personales. ¿Pudo Rodríguez, cercano al ex Director, haber guardado algún resentimiento contra San Martín?
Según surge de las declaraciones que se instruyeron en el sumario, éste sentía gran celo por la actitud de aquel hacia sus granaderos. Otros declararon que era díscolo y desobediente y que sí lo declamaba abiertamente y que varias veces había afirmado su intención de asesinar al Libertador. También surge de la investigación que Rodríguez efectuaba algún tipo de maniobra de corrupción que se identifica en el sumario como «robo de firmas» y que el Libertador habría tomado conocimiento de ello. En el mismo regimiento, aunque en otro batallón prestaba servicios Manuel Dorrego, quien fue detenido y expatriado en diciembre de ese mismo año por «criminales y escandalosos actos de insubordinación y altanería... a más de otros gravísimos incidentes que reservo»´, según le dice Antonio Beruti, Subinspector General del Ejército, a José de San Martín en oficio del 23 de diciembre de 1816 en un sumario instruido por el Ministerio de Guerra a aquel oficial.
¿Habría estado involucrado Manuel Dorrego en la conspiración contra San Martín? ¿Serían estos «los gravísimos incidentes» a que se hace referencia? Cuenta Beruti en dicha comunicación que Dorrego le protestó con la mayor osadía que consentiría primero ser fusilado (ciertamente premonitorio) que continuar sirviendo bajo las órdenes del General del Ejército de Cuyo, obviamente en referencia a San Martín. ¿Estaría resentido por el mal momento que pasó frente a muchos oficiales superiores, al ser amonestado por el general, por burlarse de la voz aflautada de Manuel Belgrano, lo que motivó que el Libertador estrellara un candelabro contra la mesa, ordenando en ese mismo momento su separación del mano y confinándolo a Santiago del Estero?
¡Pero las Heras! Tan buen concepto tenía de él San Martín que al recibir el oficio poniéndolo en conocimiento del sumario que se instruía y pidiéndole el arresto de los complotados, resolvió rechazarlo con relación a éste con las siguientes palabras: «... pero no así para el coronel Juan Gregorio de Las Heras en razón a que las citas del oficial Reyes no las creo suficientes para arrestar a un jefe de mérito».
San Martín algo sabía y dispuso meses antes su reemplazo en la jefatura de dicho cuerpo y la designación de Toribio de Luzuriaga en su lugar, orden que no tuvo efecto precisamente al tomar conocimiento de la disconformidad de los oficiales y tropa ante la inminencia de la separación de su jefe, a quien veneraban.¿Pudo la idea de su reemplazo haberlo decidido en su actitud conspirativa? En su actuación en Chile ¿se involucró Las Heras de algún modo en la puja de poder que dividió a aquel país entre los seguidores de Bernardo de O’Higgins y del otro caudillo chileno, Miguel Carrera? ¿Y pudo haber decidido su participación en la revuelta el hecho de que San Martín haya depositado su entera confianza y amistad en el primero, marginando al segundo? Preguntas de difícil respuesta, aunque, luego de repasar los Andes y en la campaña al sur de ese país, Las Heras tuvo algunos roces con O’Higgins por la indisciplina de sus subordinados.
El de Mendoza no fue el único episodio que lo habría tenido como protagonista. Liberado Chile y ya en el Perú, a mediados de octubre de 1821, fue denunciada una nueva conspiración en la que estaban involucrados muchos oficiales del Ejército de los Andes. La misma también proyectaba atentar contra la vida de San Martín y tendría su origen -según el historiador Ernesto Fitte que estudió aquel episodio- en el malestar, mezcla de cansancio y descontento, que alcanzaron algunos oficiales.
Otros historiadores más cercanos en el tiempo encuentran una explicación más atendible. La Municipalidad de Lima había resuelto repartir un premio en dinero a jefes y oficiales por sus servicios en atención a un orden de mérito preestablecido que, aparentemente, no satisfizo a algunos. Entre ellos figuraban Las Heras y Martínez. A fines de 1821 San Martín escribía con amargura a O’Higgins: «Las Heras, Enrique Martínez y Necochea me han pedido su separación, y marchan creo para esa... (Chile) Según he sabido, no les ha gustado que los no tan rancios veteranos, como ellos se creen, fuesen igualados a los demás. En fin, estos antiguos jefes se van disgustados. ¡Paciencia!»
Mitre, que entrevista a Las Heras en Chile en 1849 afirma de boca de este -y a la vez confiesa su renuencia- que habían sido muchos los oficiales involucrados en la conspiración. El historiador peruano Paz Soldán en 1868 va más allá y da nombres de los implicados: Las Heras y Martínez están entre ellos.
Rufino Guido, hermano de Tomás, amigo y compañero de San Martín, confirmando la existencia del complot, sostuvo que los mencionados no se atrevieron a dar el golpe porque nunca contaron con los segundos jefes y, menos, con la tropa. Respecto al episodio conspirativo del Perú, que tenía como protagonista a sus queridos oficiales, el Libertador confesaba a Guido sus amarguras y le decía en septiembre de 1822: «... tenga usted presente que por muchos motivos no puedo ya mantenerme en mi puesto sino bajo condiciones contrarias a mis sentimientos y a mis convicciones más firmes. Voy a decirlo: una de ellas es la inexcusable necesidad a que me han estrechado –si he de sostener el honor del ejército y su disciplina- de fusilar algunos jefes, y me falta el valor de hacerlo con compañeros que me han seguido en los días prósperos y adversos». Está claro que no lo hizo.
Créditos:
- Publicado en el Sitio Baradero te Informa (17/08/19)
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