"Capital del Viento" |
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El general José de San Martín reconocía como auténticos dueños del país a los habitantes originarios de América y se refería a ellos como "nuestros paisanos los indios".
Esto se expresaba, por ejemplo, en el nombre dado a su organización política: la Logia Lautaro, que tomaba su nombre del gran guerrero araucano que encabezó la rebelión contra los españoles y ajustició al invasor Pedro de Valdivia.
Antes de cruzar los Andes, San Martín se reunió con caciques pehuenches al pie de la cordillera y les solicitó permiso con el argumento de que "ustedes son los verdaderos dueños de este país".
Manuel de Olazábal cuenta en sus memorias una anécdota de su amigo San Martín:
"En el momento en que entré, me preguntó: —¿A que no adivina usted lo que estoy haciendo? Hoy tendré a la mesa a Mosquera, Arcos y a usted, y a los postres pediré estas botellas y usted verá lo que somos los americanos, que en todo damos preferencia al extranjero.
A estas botellas de vino de Málaga, les he puesto ''de Mendoza'', y a las de aquí, ''de Málaga''.
Después de la comida, San Martín pidió los vinos diciendo: —Vamos a ver si están conformes conmigo sobre la supremacía de mi Mendocino.
Se sirvió primero el de Málaga con el rótulo ''Mendoza''. Los convidados dijeron, a lo más, que era un rico vino pero que le faltaba fragancia.
Enseguida, se llenaron nuevas copas con el del letrero ''Málaga'', pero que era de Mendoza.
Al momento prorrumpieron los dos diciendo: —¡Oh!, hay una inmensa diferencia, esto es exquisito, no hay punto de comparación'
El general soltó la risa y les lanzó: —Caballeros, ustedes de vinos no entienden un diablo, y se dejan alucinar por rótulos extranjeros, y enseguida les contó la trampa que había hecho."
El último tramo de la vida de San Martín transcurrió en la serena ciudad de Boulogne-sur-Mer:
"Vivo en una casa a tres cuadras de la ciudad. Ocupo mis mañanas en la cultura de un pequeño jardín y en mi pequeño taller de carpintería; por la tarde salgo a paseo, y en las noches, en la lectura de algunos libros y papeles públicos; he aquí mi vida.
Usted dirá que soy feliz; sí, mi amigo, verdaderamente lo soy. A pesar de esto ¿creerá usted si le aseguro que mi alma encuentra un vacío que existe en la misma felicidad?
Y, ¿sabe usted cuál es? El no estar en Mendoza. Prefiero la vida que hacía en mi chacra a todas las ventajas que presenta la culta Europa."
Para iniciar el cruce de los Andes, San Martín necesitaba que en su propio país se declarara la independencia.
"Para los hombres de coraje se han hecho las empresas", escribía a Tomás Godoy Cruz, amigo y representante de Mendoza en el Congreso de Tucumán en 1816.
Ante la respuesta del diputado, diciéndole que declarar la independencia no era "soplar y hacer botellas", San Martín replicó: "mil veces es más fácil hacer la independencia, que el que haya un americano que haga una sola botella."
En cuanto a la política religiosa de Juan Manuel de Rosas de restablecer las relaciones con el Vaticano, rotas en 1810, San Martín le decía a Tomás Guido:
"¿Están en su sana razón los representantes de la provincia para mandar entablar relaciones con la Corte de Roma en las actuales circunstancias?
Yo creía que mi malhadado país no tenía que lidiar más que con los partidos, pero desgraciadamente veo que existe el del fanatismo, que no es un mal pequeño (...).
¿Negociar con Roma? Dejen de amortizar el papel moneda y remitan un millón de pesos y conseguirán lo que quieran".
Seguidamente ironizaba sobre sus méritos para ser nombrado obispo: "Usted sabe mi profundo saber en latín; por consiguiente, esta ocasión me vendría de perilla para calzarme el Obispado de Buenos Aires, y por este medio no sólo redimiría todas mis culpas, sino que, aunque viejo, despacharía las penitentes con la misma caridad cristiana como lo haría el casto y virtuoso canónigo Navarro, de feliz memoria.
Manos a la obra, mi buen amigo. Yo suministraré gratis a sus hijos el Santísimo Sacramento de la Confirmación sin contar mis oraciones por su alma, que no escasearán.
Yo creo que la sola objeción que podrá oponerse para esa mamada es mi profesión; pero los santos más famosos del almanaque ¿no han sido militares?
Un San Pablo, un San Martín, ¿no fueron soldados como yo y repartieron sendas cuchilladas sin que esto fuese un obstáculo para encasquetarse la Mitra?
Admita usted la Santa bendición de su nuevo prelado, con la cual recibirá la gracia de que tanto necesita para libertarse de las pellejerías que le proporciona su empleo."
En 1845, el general Las Heras entregó a Domingo F. Sarmiento una carta para que, en Francia, le entregue en mano a San Martín. El texto decía:
"El señor Sarmiento, patriota ilustrado, y que por su poca edad no pudo conocer a usted en la época de sus grandes hechos, desea ardientemente acercarse a usted como a uno de los pocos monumentos vivos que nos quedan de nuestra historia."
En la entrevista Sarmiento le confesó que su propósito era conocer de su boca algunos sucesos americanos. Abrumado por la visita, San Martín contestó: "Mis papeles están en orden."
Ante el frustrado desembarco en Buenos Aires, en 1829, San Martín se sinceraba con Tomás Guido:
"Si sentimientos menos nobles que los que poseo a favor de nuestro suelo fuesen el Norte que me dirigiesen, yo aprovecharía de esta coyuntura para engañar a ese heroico pero desgraciado pueblo, como lo han hecho unos cuantos demagogos que, con sus locas teorías, lo han precipitado en los males que lo afligen y dándole el pernicioso ejemplo de perseguir a los hombres de bien, sin reparar a los medios.
¿Cuál será el partido que me resta? Es preciso convenir que mi presencia en el país en estas circunstancias sería embarazosa para los unos y objeto de continua desconfianza para los otros, de esperanzas que deben ser frustradas; para mí, de disgustos continuados.
Suponiendo que la suerte de las armas me hubiese sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos."
Historias en las que el general San Martín muestra su perfil solidario, su picardía, su buen humor, su sensibilidad y otros aspectos poco conocidos de su rica personalidad.
Los dueños del país
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Recuerdo de Mendoza
Soplar y hacer botellas
El hábito hace al monje
Visita molesta
Presencia embarazosa
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