"Capital del Viento" |
|
James Potemkin es un tipo bonachón que vende muebles y artesanías que él mismo compra en las zonas rurales de México y Guatemala. Teresa Fristschi busca artesanos en los rincones de Escocia y paga generosamente por sus mantas de lana de oveja para venderlas por Internet.Y Raquel Marchenese llena los estantes de su tienda One World Goods con ónix de Pakistán, calabazas peruanas y jabones aromáticos de una cooperativa femenina en Chicago.
Son una nueva camada de capitalistas que comparten la convicción apasionada por el comercio justo (el movimiento globalifóbico que boga por la ecuanimidad de mercado para las pequeñas producciones locales).
En Europa y Estados Unidos el Comercio Justo cobró tal fuerza que las grandes cadenas, como Blockbuster y Starbucks, se vieron obligadas a vender productos con el certificado del movimiento.
En la Argentina, en cambio, lo que se comercializa bajo la red está muy lejos de llegar a las góndolas de los supermercados.
“Pese a que en el mundo el comercio justo ha crecido sideralmente, en la Argentina las ventas se mantienen estables. Comprendemos que no es la misma situación, la gente responde como puede.
Acá la lucha contra la inflación persigue el precio más bajo, es difícil convencer a los compradores de que paguen un precio más justo pensando en los productores”, dice Dolores Bulit, responsable de Silataj, una de las entidades de Comercio Justo más activas de la Argentina.
Y sigue: “Vendemos artesanías de los wichis, una etnia del noroeste con una población de unas 1.200 personas. Las mujeres trabajan en alfarería y los hombres tallan máscaras en madera de palo borracho. Además de lo que vendemos, recaudamos fondos para obras que necesarias a su comunidad”.
La Red Argentina de Comercio Justo, que reúne cerca de 25 organizaciones, maneja números imprecisos (¿desordenados?) sobre sus transacciones.
Hace unos meses, cuando se quedó sin empleo, Fritschi lanzó Thistle & Broom. Se contactó con unos 70 artistas, muchos de los cuales se ganaban la vida con ocupaciones de tiempo parcial y empezó a vender por Internet sus productos únicos de lencería, vajilla y textiles.
Lo que es inusual en su negocio floreciente, que opera por ahora desde Edimburgo y un domicilio temporal en New London, Connecticut, es su determinación de pagar a sus proveedores lo que merecen.
Ellos fijan sus propios precios y reciben el 66% del precio de venta minorista. Fritschi dijo que su 33% está muy por debajo del habitual recargo del 200% en el mercado de artículos suntuarios.
Espera generar más de 100 mil dólares en ventas en su primer año y se propone destinar un 8% de sus ganancias para beneficio de causas culturales, tradicionales y conservacionistas en Escocia.
Claro, Fritschi lo sabe, en el marco de la economía mundial, esto es apenas un granito de arena.
Uno de los tantos granitos de arena que viene aportando el movimiento por un comercio justo. El origen del movimiento todavía es tema de disputa.
En los Estados Unidos los productos de Comercio Justo certificados por Transfair (la organización que centraliza los movimientos internacionales) se venden en 20 mil tiendas y en los últimos cinco años generaron ganancias por 34 millones de dólares para los productores de café del Tercer Mundo.
Pero los europeos, que lo practican en 18 países con miles de tiendas y productores involucrados, aseguran que fueron los holandeses quienes dieron el primer paso allá por los 50’ largos, cuando comenzaron a vender la manufactura de unos 600 grupos de productores de países del Asia, Africa y América Latina.
Productos como café, cacao, té, azúcar, arroz y frutas frescas representaron por lo menos 500 millones de dólares en ventas estadounidenses el año pasado y 1.800 millones en el mundo, dijo el experto en certificación de Transfair, Christopher Himes.
A nivel mundial, el rubro de mejor desempeño en el movimiento del comercio justo es el café, ya que ha capturado casi el 2% del mercado cafetalero en Estados Unidos, dijo.
“No queremos que sea más difícil comprar café o bananas o cualquier otra cosa”, dijo Himes.
“Sólo queremos ofrecer diferentes opciones a la gente que quiere hacer lo justo pero realmente no sabe cómo”.
Entre los requisitos del grupo independiente para otorgar la certificación están que los productores reciban precios mínimos estables, no permitan la mano de obra forzada ni infantil, y utilicen métodos de producción sostenibles y no perjudiciales para el ambiente. El movimiento todavía no abarca los mercados de la lencería ni las artesanías.
Al igual que Fritschi, Potemkin prescinde de la certificación yendo directamente a la fuente. En México conoce por su nombre a muchos de los tejedores de alfombras, alfareros y carpinteros.
En expediciones de un mes dos veces al año, gasta hasta unos 40 mil dólares para reabastecer sus tiendas Animas Traders y Animas Alta.
“En mi fuero íntimo, me resulta muy importante no ganar más que el artesano”, dijo Potemkin en una nota reciente a la agencia AFP. “Si uno compra una camisa por 2 dólares y la vende a 30, ¿por qué no fabricarla por 5? No es mucho y transforma comunidades: infunde vitalidad económica en esa región en vez de esclavitud económica.”
Créditos:Por Julio Marcos. Publicado en el Diario Clarín. (10/03/06)
|
|
|