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De la vida ermitaña al WhatsApp: cómo piensan las monjas del país hoy
 


La hermana Theresa Varela. Foto: LA NACION / Fabián Marelli.

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  • Son alrededor de 7.500 en el país (podrían constituir una localidad) y entre 800 y 1000 en esta provincia, con larga tradición religiosa. En los últimos tiempos ganaron protagonismo por razones que ellas prefieren obviar. No quieren comparaciones con sus pares del convento del que era habitué kirchnerista Julio López y evitan referencias al monasterio del sufrimiento de Nogoyá. Las monjas no quieren pasar a un primer plano así.
    El universo femenino católico es más amplio que el que la mayoría imagina. Abarca desde monjas a vírgenes consagradas, incluyendo las ermitañas. En esta provincia existen -según datos del Arzobispado- 62 congregaciones de mujeres frente a 27 de hombres; algunas tienen sólo tres integrantes. Y hay un recorrido turístico para conocer iglesias y conventos.

    No reniegan abiertamente de la "Extraña dama" de Luisa Kuliok o de la "Esperanza mía" de Lali Espósito, pero se sienten más cómodas con la hermana Bernarda. Admiten que por décadas la comunidad las vinculó a colegios u hospitales, pero creen que esa mirada va cambiando.
    La cantidad de monjas en el país se redujo el 17,5% en 12 años, entre el 2000 y el 2012, último dato de la Agencia Informativa Católica Argentina. En el 2000 los sacerdotes eran 18.047, cinco años después sumaban 16.844 según datos del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam).
    El vicario judicial del Arzobispado de Córdoba, Dante Simón, no comparte que la Iglesia sea una institución machista, dice que tal vez la menor visibilidad de las mujeres es porque no integran su gobierno.

    Túnica blanca con vivos azules. La hermana Suchila no habla, susurra. Panameña, lleva ocho años en Argentina. Heredera de la Madre Teresa de Calcuta convive con cuatro pares (todas de la India) en la casona de Villa del Rosario donde funciona un asilo para ancianas; cobijan a 28.
    Ingresó a la orden a los 18 años y, coqueta, sonríe en vez de decir su edad. "Ya llevo mis años como monja". Cuenta que la atrapó la figura de la santa de Calcuta, "su cercanía con los necesitados, el vivir en la pobreza de Jesús". Además del asilo, visitan hospitales, villas miserias y tienen un comedor para chicos los sábados. "Nos mantenemos por la divina providencia, con las donaciones". Cada década puede visitar a su familia.

    Theresa Varela es la "monja hippie" de San Marcos Sierras. Nacida en Cabo Verde pasó 30 años en la orden San Pedro Claver y cinco más buscando un destino más cerca de los necesitados. "Salí de un convento pero mis votos perpetuos quedaron; igual que mi consagración a Dios".
    A 25 años de esa decisión la Fundación Esperanza tiene siete comedores en Cruz del Eje, una de las zonas más pobres de Córdoba, un camión sanitario y una escuela de valores. "Me fui bien del convento, sin enojos. Sólo cambié de misión", explica enfundada en su pollera y camisa de jean, tela que eligió "porque la tienen todos, porque es 'sufrida', no le quedan marcas".

    La vida consagrada implica un vínculo con la Iglesia, las promesas. Aunque hay laicos, la mayoría son religiosos que se distinguen por sus votos públicos (pobreza, castidad obediencia), por vivir en comunidad y llevar hábito. El Concilio Vaticano II, a mediados de los 60, no eximió a las órdenes de su uso -señala Simón- "permitió alivianarlo, adaptarlo".
    Las "vírgenes consagradas" tienen un vínculo distinto con el obispo, no viven en comunidad. En Córdoba hay una docena y una joven aspirante. Graciela Alvarenga, de 88 años, es una. Vive cerca de Alta Gracia y durante 23 años fue monja; dejó el convento hace mucho, tiene su casa, se reúne con sus pares periódicamente y trabaja en la parroquia.

    "Somos responsables individuales -señala-. En la congregación hay quien dirige, en cambio en este modelo no. Cuando quise ser monja mi hermana mayor se opuso, me veía muy independiente, alegre, activa. Soy muy feliz siendo lo que soy".
    La vida ermitaña -también requiere acuerdo del obispo- es otra alternativa, menos difundida. En la zona de Cruz del Eje hay una mujer que eligió ese camino. En cambio, hay una decena de hombres (sacerdotes y monjes) en el convento Santa Cruz y Madre de Dios, en Traslasierra; se rigen por la regla de San Pacomio, un egipcio asceta.

    María Rosa, en cambio, busca la integración a y en la comunidad. Hábito blanco inmaculado, comparte su vida con otras dos monjas de la orden "Hijas de San José"; lleva 29 años consagrada y todavía recuerda cuando decía que no quería ser religiosa porque le "tiraba mucho la familia". Licenciada en Familia, trabaja con un centenar de chicos de Bajo Pueyrredón, un barrio vulnerable cordobés.
    "Estamos abiertas a lo actual, a leer el pasaje de Dios en lo cotidiano -indica-. Damos merienda, apoyo escolar, pero esas son 'excusas' porque hacemos una tarea de restauración de los vínculos, estimulamos a los chicos que vienen de familias complicadas, con problemas. No hago catequesis, voy a la persona que siempre es libre de elegir su religión".

    La clausura ya no es tal; el Papa Francisco eligió el concepto "vida contemplativa" para referirse a las monjas que eligen la "oración intensa, dentro del monasterio", como explica Simón. En Córdoba está el primer monasterio de Latinoamérica (de Ecuador hacia el sur) de las Carmelitas Descalzas fundado en 1628. Tienen otro en Alta Gracia.
    A pasos de la plaza San Martín, hervidero de la ciudad, están las carmelitas y también las dominicas, quienes viven en el convento de Santa Catalina de Siena fundado antes que el de las carmelitas, en 1618. Oran, cantan y hacen sus actividades en el epicentro de las manifestaciones, los espectáculos y los vendedores ambulantes.
    Diferente es la situación de las benedictinas, rodeadas de sierras la abadía Gaudium Mariae está en San Antonio de Arredondo. Las Hermanas Siervas del Espíritu Santo de Adoración Perpetua están alejadas del centro, hábito rosa y blanco, oran y se organizan en turnos para la adoración del Santísimo Sacramento "intercediendo por las necesidades del mundo".

    LA NACION conversó con las hermanas del convento San José de las Carmelitas Descalzas: "Dios cuando nos regala el don de la vocación nos capacita para poder vivirla; sin duda necesita de un proceso de maduración en la entrega humana y espiritual. Somos hijas de este tiempo, no nos aislamos del mundo, buscamos formarnos a través del estudio, la lectura, e informarnos no solo a través de los medios sino con quienes en lo cotidiano se relacionan con nosotras. Si no ¿cómo llevar a Dios el mundo?, si no es con la conciencia de ser, sabernos y sentirnos parte del mismo".
    Después de pensarlo, aceptaron charlar con este diario vía mail y WhatsApp. En el centro de la ciudad, siete hermanas viven una jornada que "armoniza tiempos de oración personal y comunitaria, fraternidad, trabajo, lectura, estudio y la celebración de la eucaristía".

    El día empieza a las 6:30 hs con una hora de oración personal y termina a las 22:00 con el rezo de Completas, hora litúrgica que se hace en comunidad. Explican que la oración "se extiende a lo largo de toda la jornada como un modo de vivir, como encuentro vital con Alguien que nos amó primero" como "camino y expresión vivencial, el medio y lugar" de su experiencia de Dios.
    En el año hay días de especial retiro espiritual; suspenden algunas actividades y encuentros comunitarios: viven así un jueves al mes; Semana Santa; uno especial de ochos días al año y en algunas ocasiones especiales "cuando tenemos que discernir aspectos de nuestra vida que requieren de mayor reflexión personal".
    Describen que la vida contemplativa en sus elementos esenciales se enriqueció, no cambió: Hoy la clausura ya no se concibe como "algo absoluto y esencial sino como un medio" para vivir el encuentro con Dios.
     


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