Comodoro Rivadavia - Chubut Argentina
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Mujeres rompen barreras en oficios que eran exclusivos para los hombres
 


Yoselin Balboa.

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  • Tras la asunción del comisario retirado José Luis Ale como jefe de la Policía del Chubut, durante la última semana se confirmaron cambios en la cúpula de esa fuerza. Por primera vez la plana mayor estará integrada por una mujer: la comisario mayor Sandra Muñoz.
    Esta madre de dos adolescentes asumirá como directora de Recursos Materiales tras 27 años de trayectoria, en los cuales se destacó por llegar a ser la jefe de la Comisaría de la Mujer y por ser la primera dama que se hizo cargo de una dependencia policial en el interior del país, la del poblado de Tecka, en un hecho que llegó a las páginas de los medios periodísticos nacionales.

    Así esta hija de un policía retirado quedará en la historia como la primera mujer en llegar a la plana mayor de una fuerza en la que empiezan a romperse moldes. Este proceso también se observa en la Fuerza Aérea, Gendarmería, y el Ejército Argentino.
    En el caso del Ejército, en esta ciudad asignó la jefatura de una dependencia a una mujer: la del Hospital Militar, que dirige la teniente coronel Olga Bartelli. Es la segunda vez en su historia que ese centro asistencial depende de personal femenino luego de que fuera dirigido por la teniente coronel Adriana Roselló.
    Sin embargo, ellas no son las únicas que le dan un toque femenino a labores u oficios que históricamente han realizado los hombres. En Comodoro Rivadavia también hay otros casos para destacar.

    El Sindicato de Petroleros Privados tiene 250 afiliadas activas, en la Asociación Bancaria el 50 por ciento de su padrón está compuesto por mujeres y en el rubro de Camioneros hay trabajadoras que conducen camionetas de turno y camiones, además de aquellas mujeres que hace cuatro años se sumaron al barrido y limpieza en el casco céntrico de Comodoro Rivadavia.
    En total, según un informe del Instituto para el Desarrollo Social Argentino, hay más de 31.000 mujeres que trabajan en el conglomerado Comodoro Rivadavia-Rada Tilly. El número marca de algún modo la tendencia de estos tiempos, con jóvenes y señoras que cada vez ocupan más espacios que antes eran exclusivos a los hombres, rompiendo barreras en los ámbitos laborales más duros.

    Uno de estos casos es el Yoselin Balboa, una joven de 20 años, amante de los fierros que trabaja desde hace unos meses en un taller mecánico del barrio 9 de Julio. Siempre me gustaron los autos, de chiquita, le contó a El Patagónico sobre cómo surgió esta posibilidad de ingresar al rubro.
    Yo conocía al dueño y un día me preguntaron si me gustaría aprender y empecé. Antes ya había hecho un curso de inyección electrónica. Pero la verdad es que siempre me gustó porque mi papá es mecánico, destacó, aunque reconoce que su padre quiere que estudie otra cosa.
    Yoselín es una joven multifacética, que además de aprender sobre este oficio pesado y sucio, estudia en el Instituto Superior de Educación Física y también realiza tareas de limpieza para ganarse algunos pesos. A esto se suman las clases de kung fu que dicta desde hace un tiempo y los viajes que suele realizar para participar en competencias de ese arte marcial, lo que de algún modo la ayuda al momento de equiparar su labor con los hombres.

    Por ser mujer la gente piensa que uno no tiene fuerza para darle a los torques, pero problemas de fuerza no hay y si no puedo me agarro de algo, explicó orgullosa sobre lo que considera su pasión y en lo que le gustaría perfeccionarse realizando algún curso nocturno.
    Sin embargo, no todo es color de rosas para ella, ya que asegura que aún hay prejuicios que las mujeres no pueden vencer. Algunos hombres me dicen que es raro, es más el otro día vino uno de Chile y me preguntó dónde trabajaba yo. Le dije en un taller y me dijo no, pero eso no es normal. Si tu eres una mujer, como que lo encontré machista.

    Iván Vega, uno de sus empleadores, admite que al principio fue raro trabajar con una mujer que se interese en la mecánica. Es raro que le llame la atención los fierros de los autos, ver cómo se trabaja, cómo se mueve todo, pero ella se las ingenia, es laburadora y aprende enseguida. Tiene fuerza la flaca, yo le pido herramientas y las conoce todas. Los clientes se quedan admirados, afirma.
    Así como esta joven se animó a romper barreras en la mecánica, Paola Díaz decidió ingresar al Ejército como voluntaria y experimentar la apertura de las fuerzas armadas que incluso a principio de la década del '90 se trasladó a las escuelas militares, como sucedió en el caso del Liceo Militar General Roca.

    En su caso la joven presta servicios en una Unidad del Regimiento de Kilómetro 11, pero desde hace dos meses está de comisión en el Comando de Brigada que funciona en el centro de la ciudad.
    Según contó, en su caso, siempre estuvo atraída por las fuerzas armadas, ya que en su familia hay varios integrantes que trabajan en la Policía del Chubut. Pero todo cambió hace casi un año cuando vio un pequeño cartel mientras caminaba por el centro.
    Iba caminando por afuera del Comando y vi el cartel de que estaban las inscripciones para ser soldado voluntario y decidí inscribirme, contó.

    Estar en un ambiente lleno de masculinos todavía como que me cuesta. Hasta el día de hoy tengo recelo. Es un poco difícil, pero solo tenés que estar al mismo ritmo de los masculinos, admitió.
    Por suerte mis padres están orgullosos de tener una hija dentro de las fuerzas armadas. Mis amigos igual felices. A sus conocidos le dicen ella es militar, es soldado, destaca la joven utilizando el lenguaje castrense que se adopta dentro de las fuerzas.
    En su unidad Paola está acompañada por otras once mujeres, quienes comparten esta pasión que combina armas, prácticas de tiro, desfile y formaciones que se realizan principalmente en aquellos feriados donde el resto descansa. "Las femeninas son re cancheras. Está bueno que haya mujeres en el Ejército, siendo soldado se aprende a valorar muchas cosas", resumió la joven sobre su experiencia, desde su casa de Los Tres Pinos, un barrio que se encuentra muy alejado de donde presta funciones.

    Las razones del ingreso masivo de la mujer al mundo del trabajo son varias: por un lado la apertura social que se consiguió en los últimos 40 años con mujeres militantes y por el otro empleadas administrativas que demostraron que tenían mucho más para dar.
    A esto se sumó su profesionalización en las universidades, y en las últimas décadas la necesidad de generar un ingreso extra a los hogares, muchos de los cuales hoy dependen exclusivamente de ellas. Un poco de todo esto es lo que le ha tocado vivir a Celeste Pavón (39), oriunda de la provincias de Misiones. Ella es técnica en Higiene en Seguridad y llegó hace 10 años a Comodoro Rivadavia por una empresa de Rosario que la trasladó a esta ciudad. Sin embargo, hace siete años por necesidad tuvo que comenzar a trabajar como instaladora de placas de yeso.

    Nosotros estábamos trabajando en Pan American para una empresa constructora y ahí comencé a trabajar en durlock hasta que fuimos desafectados. En Comodoro es una temporada bien y una temporada mal, así que después empezamos a enganchar algún trabajito por algún conocido, para hacer alguna división de paredes y así empecé, comentó en su casa del barrio Máximo Abásolo donde recibió a un equipo de El Patagónico.
    Según explicó Celeste, en su caso por su profesión siempre tuvo que usar mameluco. Sin embargo, cuando comenzó a trabajar en las obras y a ensuciarse la invadió una extraña sensación. ?Me dio mucha vergüenza, porque tenía a mis padres que querían que yo estudie y realmente no les gustó que yo realice este trabajo. Mi mamá incluso me dijo que no le cuenta a nadie, una reacción horrible?, contó sobre la situación que le tocó atravesar.

    Según cuenta su esposo, Miguel Villanueva, al principio la gente tampoco lo tomaba de la mejor forma. Lo tomaban como joda, pero se acostumbran. Los primeros días iban a ver, por ahí le preguntaban si le ayudaban, pero ella se las ingenia sola, graficó.
    Celeste además de instalación de placas de yeso, realiza trabajos de pintura, algo que le agrada más. Las mujeres somos más detallistas. Mi sueño es poder tener una empresa constructora y que todas sean mujeres, para que todos los trabajos queden bien, para que la casa se entregue limpia.
    Los hombres son bastante chanchos y si estás trabajando en una casa de familia no se puede. Yo siempre limpio todo porque me parece que es desagradable dejar todo sucio, comentó esta mujer que ahora junto a su marido se encuentran buscando trabajo por empresas y en forma particular.
    Tal como piensa Celeste también lo hace la comisario Muñoz, quien sostiene que la mirada de la mujer siempre es distinta: somos más detallistas. Buscamos que quien esté trabajando con nosotros esté bien. Que tenga la tranquilidad y la comodidad edilicia. También, saber que alguien lo va a respaldar: lo humano, señaló esta oficial que pasará a la historia por ser la primera en llegar a la plana mayor de la policía, quizás con el sueño de algún día alcanzar la jefatura máxima.

     


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