Comodoro Rivadavia - Chubut Argentina
"Capital del Viento"

Artículos publicados

Orígenes de los argentinismos
 


El Choclo, tango emblemático.

Si le pedimos a alguien que nos mencione algunos argentinismos, es muy probable que nos responda con una lista de lunfardismos.

Difícilmente sepa que almacén, birome, bolillero, egreso, hondera, hornalla o petiso también lo son, o que el adverbio difícilmente no figura en el Diccionario de la Real Academia con el significado con que acabamos de usarlo.

¿Qué es un argentinismo? Podemos definirlo como toda palabra, expresión o rasgo gramatical propio de la Argentina. El concepto, sin embargo, puede ser engañoso, porque daría por supuesto que nuestro idioma posee particularidades que se interrumpen en los límites geográficos del país.

Pero ni la realidad de hoy ni la historia pueden sostener semejante presunción. Nuestro territorio fue colonizado por los españoles a través de tres corrientes de poblamiento: una proveniente del Alto Perú, establecida en el noroeste y centro del país, otra que procedía de Chile y que ocupó la región cuyana, y una tercera que, habiendo partido del Paraguay, pobló nuestro litoral y refundó Buenos Aires en 1580 (la región patagónica fue colonizada en época moderna mayormente con gente de Buenos Aires).

Esos orígenes distintos en fechas diversas, los asentamientos en territorios habitados por aborígenes de lenguas y culturas variadas, la dependencia de diferentes centros políticos y administrativos durante la Colonia, el mayor o menor grado de aislamiento geográfico, y el desigual establecimiento de la inmigración europea a caballo de los siglos XIX y XX explican, por una parte, la formación de regiones lingüísticas diferenciadas y, por otra, que puedan existir rasgos que comparten grupalmente Mendoza, San Juan y Chile, Jujuy, Salta y Bolivia, Misiones y Paraguay o Buenos Aires y Montevideo.

Hecha esa necesaria salvedad, podemos comprobar la existencia de características lingüísticas que, como el voseo, que no es exclusivo de la Argentina, por su generalización y aceptación en todos los niveles sociales y culturales de nuestro país (con un tú casi extinguido en el habla corriente), puede ser considerado un argentinismo.

También lo son las formas apelativa che (aunque la usen bolivianos y uruguayos) y el maestro o el jefe con el que algún desconocido pide nuestra atención, o la extendida pronunciación que en buena parte del país les damos a las letras ll e y (el cabayo de los mayores y el cabasho de los jóvenes).

Decimos repartieron las cosas entre ellos (y no "entre sí"), voy a ir (y no "iré"), y particularmente en el litoral y en Buenos Aires todavía no llegó (en lugar de "no ha llegado").

Usamos posesivos (mío, tuyo, suyo, nuestro) después de los adverbios delante, detrás, encima, cerca, etc. (cerca mío por "cerca de mí", "el mundo está dentro tuyo", dice una publicidad) y manifestamos distintos estados de ánimo con expresiones particulares como ¡pucha!, ¡mirá vos!, ¡qué esperanza!; desde hace unos años estimulamos a un cuadro ("equipo") que atraviesa un período de infortunio con un ¡aguante...!

Pero no hay duda de que es en el léxico donde los argentinismos se lucen. Reiterando lo ya advertido, y salvo la lengua gauchesca y los lunfardismos —compartidos con frecuencia con Uruguay, y a los que hoy no podemos referirnos—, es probable que sean pocas las palabras que se emplean exclusivamente en la Argentina (¿y cómo saberlo con seguridad?).

A falta de uno mejor, el criterio que generalmente se sigue para identificar los argentinismos es establecer qué voces usuales en nuestro país, o en parte de él (regionalismos), no lo son en España.

Esto puede ocurrir porque la palabra es ajena al español traído por los conquistadores, como ocurre con las derivadas de lenguas indígenas, muchas de las cuales también sobrepasan nuestra geografía: los quichuismos yapa, ñaupa, tambo, quincho, ojota, vincha, choclo, charque, locro, achuras, mate, pucho, china, guacho, chucho, guarango, pampa, opa, payada.

Los araucanismos malón, boldo, curanto, huinca, laucha, colihue, o los guaranismos maraca, jaguar, ñandú, piraña, yacaré, carancho, chimango, ombú, tapera.

Algunas quedaron relegadas a una región: chaya "burlas y juegos de carnaval" o tomaticán "guiso con tomate" (Cuyo y noroeste), caicobé o curuvicar "despedazar" (nordeste).

En otros casos, las palabras, después de haber llegado en boca de los españoles, permanecieron entre nosotros pero se perdieron en el uso peninsular (pollera "falda", vereda "acera", escribano "notario", intendente "alcalde").

Numerosísimas son las formas de perfecto ropaje castellano que adquirieron aquí otro significado (saco, cajón "ataúd", baldío, escupidera, mocoso "niño", potrero, martillero "subastador", gomería, subterráneo "metro", colectivo, lágrima "leche con poco café", clavo "mercadería que queda sin vender").

Algunas son derivaciones de voces bien aceptadas (timbear, abatatarse, tropilla, bolillero, mamadera, inflador, calesita), galicismos (placard, remís, carné, garage, debut), italianismos (peceto, feta, grapa).

Hay verbos como agarrar, cuyo sinónimo hispánico evitamos, o correrse que es aconsejable no conjugar en presencia de damas peninsulares. Muy argentina es tilingo y no faltan misterios como chimichurri.

Más sorprendente es esa suerte de criptoargentinismos, aquellos que no hacen sospechar su restringido empleo local. ¿Sabía usted que también nos pertenecen soda, bibliorato, lapicera, cinta aisladora, lavandina, calefón, edilicio, revisación (médica), concesionaria, ahorrista, paragolpes, elastizado, tomacorriente, largavista?.  


Atrás quedó el candoroso vesre

Buena parte del argot juvenil emana de los barrios bajos y la jerga carcelaria, extendiéndose entre los jóvenes de clase media a través de las letras de la "cumbia villera", un género que hace furor tanto en las barriadas marginales del conurbano como en los más selectos countries.

Uno de los términos más en boga es "rescatar", una fórmula multiuso que puede remitir a "tomarse las cosas con calma" ("rescatate", "tranquilizate"), a "conseguir algo" ("rescatar" una cerveza, un disco, etc.) o a controlar el consumo de drogas ("me tengo que rescatar un poco").

Precisamente las drogas son las que más acepciones tienen: la cocaína puede ser "vitamina" o "merluza" —entre decenas de variantes—, mientras que el éxtasis es "el bicho" y el pegamento inhalado es simplemente el "ran" (por Poxi-ran).

Más inocentes son términos utilizados para definir elementos de la vida cotidiana, como "llantas" (zapatillas) y "goma" (auto o taxi), además de adjetivos como "alto" (que vale por "bueno", por ejemplo: "alta fiesta", "alto disco", etc.).

En el nuevo argot también hay aportes del interior, como el "fernando", que define a la mezcla entre Fernet y Coca-Cola y que fue acuñado en Córdoba. Con un poco más de recorrido en el tiempo, hay términos como "limado" (cansado, alterado o drogado) o "flashear" (sorprenderse, gustar de algo o de alguien).  


Crédito:

Por José Luis Moure, Publicado en Diario Clarín (13/11/04)
 



   
Artículos
Página Principal