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Golpeando a las puertas del cielo: La hazaña de un sarmientino en el Everest
 


Alberto Martín Núñez. Golpeando a las puertas del cielo: La hazaña de un sarmientino en el Everest.

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  • Alberto Martín Núñez, 44 años. NYC sarmientino (“soy nacido y criado en Sarmiento y con orgullo puedo decir que siempre estuve en la localidad, ya que sólo me fui para estudiar”). Docente de profesión (cátedra de Tecnología, en la Escuela Técnica Número 725, conocida como “Escuela Agraria”). Montañista por vocación. “Yo empecé hace tiempo con el running, era un loco que andaba corriendo por el cerro cuando no se usaban términos como trail running -(deporte que consiste en correr fuera de pistas, por ejemplo en cerros)-. Después algunos eventos como el cruce Columbia Patagonia Run y demás llevaron a que uno siempre esté caminando o haciendo trekking en altura, o al menos lo que se considerar altura en Patagonia, con 2.300 ó 2.400 metros. A partir de ahí ya me animé más con el tema de la mochila y el montañismo, específicamente. Los guías me decían que estaba flojo y me pidieron que me formara en escalada en roca, que lo hice con Desplome Sur, de Trelew, que tienen una palestra muy interesante; y la parte de escalada en hielo la hice con gente de Bariloche, además de otras formaciones, como auto rescate”.

    -Vamos al comienzo... ¿tu pasión por las alturas nace frente al San Bernardo?
    Sí, las vacaciones familiares en el campo del abuelo coincidían con la señalada a fin de año, o una pelada de ojo a mitad de año, frente a unas sierras de 1.119 metros sobre el nivel del mar, a pocos kilómetros de Sarmiento. Yo ahí, parado frente al cerro, comencé a soñar, pero no había forma de que un chico de 8 años intentara subir. Aparte se iba a trabajar realmente al campo, pero ahí nace el interés. Ese primer sueño de subir al San Bernardo se cumpliría pocos años después, cuando el abuelo, sabedor de que el chico anhelaba conocer las alturas, un día lo invitó a ascender: “fue una vuelta a caballo con el abuelo; eran tiempos en que no había mucho diálogo, las palabras eran medidas y justas; me dijo ‘ mañana si hay buen clima, vamos a subir’ . Yo en ningún momento le había dicho nada, pero los ojos pedían a gritos, cuando se salía a cazar o había que arriar las ovejas, yo elegía siempre el mismo lugar: la base de la pared”. No hubo margen para grandes manifestaciones, pero la huella estaba marcada: “no tuve tiempo de festejar, más allá de la emoción. Pero me traje el regalo de haberlo hecho y que al contarlo, se transformó en algo fantástico para todos los pibes del barrio”. Martín tenía por entonces 12 años y pudo contemplar brevemente la imponente vista de los lagos Musters y el Colhué Huapi (por entonces no sufría la sequía de la actualidad), pero supo que su pasión por escalar no lo abandonaría nunca. “Al día de hoy todavía utilizo esa parte del cerro, ya que los actuales propietarios del campo tienen la amabilidad de permitirme la entrada, como lugar de entrenamiento: se dan condiciones ideales, como temperaturas bajo cero y otros desafíos para pernoctar y armar campamentos, con la ventaja de que está cerca y funcionan las comunicaciones a pleno”. Martín abrazó desde temprano el running como deporte permanente, el salir a correr por cerros fue parte de su adolescencia y juventud y paulatinamente fue asumiendo nuevos desafíos de escalada, como el Pitriquitrón y otras alturas de la región, hasta que fueron cobrando forma otros proyectos de importancia, intensificándose en los últimos años. Fue durante una expedición al Lanín (Chile), junto a otros amigos, cuando uno de los guías observó que su desempeño era bueno y le propuso, casi en tono de broma, dirigiéndose a él y otros amigos: “ustedes están preparados para un Aconcagua”. Tiempo después, en el año 2014, la broma se tornó en un asunto serio, ya que comenzó a preparar su proyecto para llegar al menos a la base del cerro mendocino (6.962 metros). Un proyecto que le depararía la inserción en un grupo que en poco tiempo lo llevaría a alcanzar nuevas metas, a alturas difíciles incluso de soñar.
     


    Misión Aconcagua

    Fue entonces que emprendió el viaje a Mendoza “con la idea de llegar a Plaza de Mulas, que es uno de los campamentos base más importantes que hay; es el lugar donde se produce la aclimatación y el médico determina si uno está en condiciones de hacer el campamento de altura, para luego llegar a la cumbre. Yo no tenía el equipo adecuado, llegué con mi impermeable y un básico de excursionismo (botiquín y otras cosas), pero no tenía botas de montaña, ni grampones de calidad... simplemente un par de bastones. Ahí conocí a gente de una expedición internacional que estaba en la base, me albergó en su carpa y me preguntó si iba a subir: les dije que era mi sueño, pero cuando vieron mi equipo, se miraron entre ellos como diciendo ‘éste está loco, es un amateur’. Al pasar los días hicimos algunas cumbres de adaptación, como cerro Bonete, de 5.600 metros... y donde vieron que uno tiraba bien, con buenas condiciones anímicas, fisiológicas y demás, decidieron incorporarme como uno más, aunque nunca me voy a olvidar cuando me revisaron la ropa y sólo me dejaron un calzoncillo largo en el bolso, porque era lo único que servía para intentar la cumbre... todo lo demás fue prestado por ellos. Me sumé así a un grupo de 12 personas para el campamento de altura”. La primera parte de la misión Aconcagua estaba en marcha, pero faltaba aún una dura prueba.
     


    Venciendo a la muerte

    Más allá de que la metáfora puede estar presente en este tipo de expediciones, esta vez fue literal. Hubo que superar la muerte de dos compañeros de aquella expedición. Así lo cuenta Martín: “Dos integrantes del equipo (eran unos canadienses) salieron una mañana por el llamado ‘ Glaciar de los Polacos’ , tuvieron un problema por falta de sogas y la hipotermia hizo lo suyo... eran parte del grupo y nos tocó verificar el certificado de defunción.
    Lamentablemente las noticias llegaron a mi familia, había dos víctimas fatales y nadie sabía quiénes eran... para mi familia fue muy duro y también para el grupo. Nos preguntaron quiénes iban a seguir. Fue algo totalmente traumático, pero sabía que no iba a tener otra oportunidad. Económicamente me era imposible volver a intentarlo y ya había traspasado la barrera del sueño, que era inicialmente llegar hasta Plaza de Mulas. De los 12, intentamos 7, pero llegamos sólo 3 a la cumbre: un texano, otra persona de Indonesia y yo. Así fue mi no pensada primera vez en el Aconcagua. Las cuestiones de la vida hicieron que me adoptaran en ese equipo y que más de la mitad de ellos no pudiera coronar los 6.962 metros”.
     


    Trekking en el Monte Everest: otro sueño cumplido

    El contacto con el grupo expedicionario quedó establecido para futuros desafíos, lo que terminaría decantando en otro casi-sueño imposible, que sin embargo ha cristalizado en los hechos.

    -¿Cómo surge posibilidad de ascender 8.000 metros en el Everest?
    -A través de un correo electrónico de dos compañeros que había conocido en el Aconcagua, con quienes hicimos también Elbrus (en Rusia) y el Kilimanjaro (en Tanzania) y deciden hacer este treckking de altura, que es uno de los más importantes del mundo y consiste en ir hasta el campamento base del Everest, a casi 6.000 metros de altura y es la base más alta del mundo. Me invitan, me dicen que en tantos meses iban a salir y a partir de ahí pregunto cuál es la logística: por suerte para mí, la misma de siempre, pagarme el pasaje e ir, porque el resto cada uno tiene su función (como comentaremos luego). Y Nepal exigía un guía general y un sherpa para cada expedicionario, que se deben contratar para entrar al parque Sagarmatha.

    -¿Qué son los sherpas?
    -Es una persona que actuará como un asistente personal durante la expedición, como si fuera tu sombra en la montaña. Son un pueblo que se formó en el siglo 5, cuando un grupo de mercaderes migró escapando de la guerra de los mongoles... se quedaron en ese lugar de la alta montaña porque nadie podía encontrarlos; vivieron muchos años comercializando y son los lugareños que se dedican a guiar a las expediciones; por lo general son muy jóvenes, de 24, 23 años, algunos hasta de 19, que conocen la zona y te van indicando por dónde ir. Además, cada expedición tiene un guía general. Por otro lado, cada uno debe llevar los bolsos y puedo asegurar que a 4.000 metros de altura, una mochila de 45 ó 50 kilos no es fácil; entonces se alquilan los yaks, que son esos toros peludos, bastante particulares, que pueden trepar hasta los 4.500 metros y cargan los petates, las cuerdas y los grampones de hierro. Cada uno debe contratar un sherpa y alquilar un yack.

    -¿Cuándo se organiza?
    -Generalmente desde un año antes, todas las expediciones, porque hay que sacar seguros de vida, seguros de alta montaña, se coordina qué equipos se van a llevar (no puede haber carpas de más o de menos, como tampoco una aspirina), se planifica todo al detalle; una persona se dedica a coordinar el equipo de montaña, otro la documentación, los pasajes, las visas, etc. Vale aclarar que la intención de Martín y su grupo no era la de intentar cumbre, por varias razones. En principio, porque por motivos de seguridad Nepal exige que antes de un intento de esas características se haya alcanzado una cumbre de 6.500 metros. En segundo lugar, porque el costo de los permisos y seguros para intentar la cumbre asciende, a valores de nuestro país en noviembre pasado, a un monto del orden de los 670.000 pesos, ya que oscila entre 30.000 y 45.000 dólares. Por ello, el proyecto de esta expedición era lograr dicho certificado, pero se llegó aun más lejos, hasta los 8.000 metros, es decir a sólo 848 metros de la cumbre. Con un costo significativamente menor pero igualmente importante, el esfuerzo para alcanzar esa meta permite sospechar una mínima parte de la inmensidad de la hazaña que torpemente intenta reseñarse en estas líneas.

    -Me contabas antes que se llega al campamento base, pero a partir de allí se requiere mínimamente un mes de aclimatación. ¿Cómo transcurren esos días?
    -Les cuento cómo fue: yo salí desde Buenos Aires a Madrid, donde subió parte de la expedición; luego hasta Emiratos Árabes, donde subió el equipo y desde ahí salimos a Katmandú, capital de Nepal. Se pernocta ahí, esa noche se junta toda la expedición, se hacen los permisos. Se toma un avión pequeño, un charter que es de 8 ó 10 personas, que va hasta Lukla, un aeropuerto muy particular, con una pista de 420 metros colgada de las montañas y llegar ahí ya despierta la adrenalina total... es muy riesgoso, pensé que no lo iba a pasar porque tiene que haber buen clima (NDR: se cuenta entre los aeropuertos más riesgosos del mundo, algunos videos en youtube muestran el tipo de maniobra de las pequeñas aeronaves). En el avión vas con bolsas de cebollas, de papas, todo va por avión. Al bajar uno tiene los porters y el pueblo sherpa ofreciendo sus servicios por unos cuantos dólares, para alquilar los yacks, la comida para los yacks, etc. Desde Lukla se empieza a hacer el trekking de altura, donde paulatinamente se sube 800 metros por día y se desciende para descansar el cuerpo; y al otro día se suben unos metros más, el nivel inicial hasta que se llega a los 4.000 metros, en Namche Bazaar, que es capital sherpa. A partir de ahí se nos desvía y hacemos distintos campamentos; una de las formas es subir a 5.200 metros, pero bajar a pernoctar en los 4000; al otro día subir a 6.100 metros y otra vez, bajar a pernoctar a los 4.000.

    -¿Todo esto en el mismo día, subir y bajar más de 1.000 metros?
    -Sí, todo en un día, porque con ese ritmo se va aclimatando el cuerpo, con esos golpes y exigencias. A partir de ahí es una semana más para llegar al campo base, que está a 5.364 metros; ahí tuve muchos inconvenientes al principio, pensé que no los iba a poder pasar, fue durísimo. Psicológicamente nos pasó algo muy fuerte, porque una persona que era el fotógrafo de la expedición, salió al amanecer, porque se fotografían ciertos lugares donde aparece lo que se llama luz dorada que es algo muy hermoso, pero se mojó en el glaciar Goyko y sufrió hipotermia. Nos costó mucho sacarlo y la moral del grupo se cayó de forma impresionante. Además el Everest tiene una particularidad, que uno está durante 18 días aclimatando y todavía no se deja ver, uno no sabe hacia dónde está yendo. A veces se ve una pirámide chiquita entre las nubes, pero muy poco tiempo. Además, al llegar al campamento base habíamos tenido una gran decepción, porque había sólo una piedra que decía Base Cam 2016 y unos banderines de oración buda, nada más. Preguntamos dónde estaba el campamento que se ve en la película y todas las fotos que aparecen en internet, pero el guía nos señaló hacia abajo. Significaba que se lo tragó el terremoto que hubo en Nepal, hace dos años. Eso nos desmoralizó mucho, corríamos la nieve y se veían lonas enterradas. Nos caímos mucho, moralmente; habíamos tardado medio mes en llegar al campamento base y encontrar eso fue muy crítico, sentíamos que no valía la pena seguir. Empezó el frío en el cuerpo, comíamos poco, yo particularmente no quería más. Me había quedado sin cuerpo...

    -¿Cómo encontraste la motivación para seguir ascendiendo?
    -Bueno, ese día parte del grupo queda en el campamento base y a mí, con cuatro compañeros más, nos bajan. Los guías inmediatamente detectan si alguien no está bien y yo dije que estaba con lo justo, entonces nos bajaron 1.600 metros, hasta un pequeño pueblo y fue lo mejor que pudieron hacer. Estuvimos dos días completos, dormimos en colchonetas y pudimos comer comida caliente; cuando volvimos éramos los más fuertes y animados, si bien los otros estaban aclimatados, ya había gente deteriorada por el mal dormir. A partir de ahí tomamos liderazgo arriba en la cordada, que es el que va abriendo la nieve (todos vamos con un arnés y una soga, pero los guías por supuesto van adelante). Eso nos motivó a seguir, era el 18 de noviembre y organizamos mejor el campamento.

    Parecía que esta vez sí arrancaba la parte final de la expedición, pero no: la montaña tenía reservadas más dificultades: “Tuvimos otra baja porque un muchacho sufrió el llamado mal de montaña, que es algo en lo que la persona se deprime, deja de comer, no hidrata bien, desvaría... es distinto a lo que nos había pasado antes a nosotros, que fue algo más bien anímico. Había que bajarlo,porque es la única solución; tuvimos un error porque eran las 7 de la tarde y preferimos esperar al día siguiente, pero al otro día había empeorado mucho, ya no se podía mover por sí mismo y hubo que aplicarle dexametazona (un integrante del equipo es paramédico), así que otra vez para atrás: bajamos con un grupo y tuvimos que llamar al helicóptero de rescate, había que bajarlo muchos metros para evitar el edema cerebral (al mismo tiempo, los helicópteros pueden subir sólo hasta cierta altura, porque el aire es más liviano y no les permite sustentabilidad suficiente). Por una cuestión de feeling con la gente, me tocó a mí ir en el grupo que lo acompañaría hasta abajo. En lo personal me pasó algo muy fuerte –cuenta Martín, con la absoluta humildad de quien sabe que no ha conquistado una montaña, sino que apenas se pudo aproximar al trascendente y más grande objetivo de contener su propio ego-. Cuando el piloto me indica que le ponga el cinturón de seguridad, yo le respondo que ya estaba, pero me indica que me asegure si estaba bien abrochado; yo otra vez me encontraba afectado emocionalmente, entonces pasó algo que no recuerdo: lo agarré de la ropa y lo quise sacar, para irme yo; fue un momento que no registré, que no recuerdo porque estaba muy fuera de mí, recuerdo que una mano me tocó el hombro y me preguntó: ‘¿no problema?’ . Yo estaba muy angustiado, porque uno despide a alguien que se va y uno también se queda abandonado. Son reacciones del cuerpo, porque la montaña te saca lo mejor y lo peor; fue un impulso inconsciente... yo no recuerdo nada, pero las fotos que muestran esto son durísimas”.

    -El hecho de contar esta anécdota refleja hasta qué punto se trata de experiencias que no son para cualquiera, que la montaña tiene sus propios códigos...
    -La montaña decide. No sos vos, no es tu equipo, no es tu panel solar, no son tus botas italianas. No es tu ego. Antes, en el campamento base, hicimos una Pusha, que es una ceremonia budista; lo hacen en realidad los sherpas pero pedimos permiso para participar. Se queman inciensos y se tira una harina en el cuerpo, que tiñe la piel y el pelo de blanco, para simbolizar el deseo de que luego de subir, uno se haga viejo y viva. Uno de los lamas, un monje, nos explicó que a partir del campo base ya no éramos nosotros, que nos olvidemos el nombre y que a nadie le interesa si tenemos familia o no, que no era importante el curriculum de montañismo, que a partir de ahí pasamos a ser parte de la montaña...que ella decidía si podíamos pasar o no, que supiéramos respetar su decisión porque si no, nos podía costar la vida.
     


    Por encima de 7.000 metros

    La segunda parte de la expedición se basó en el intento de llegar a las bases previas a la cumbre. Ya estaba lograda la certificación de 6.500 metros, pero se podía ir por más. Incluso Martín tuvo una opción para abaratar costos: el sherpa le preguntó –en un dialecto que mezcla inglés, del que Martín tiene apenas alguna noción básica- si quería ayudar a llevar escalares (son de aluminio –entre 2 y 3 kilos- y se necesitan para recambiar a los guías que intentarán cumbre, a partir de los 8.000 metros). Esas bases también tienen un costo adicional, pero Núñez pudo hacerlo a cambio de esa tarea voluntaria, “casi de colado”, dirá entre sonrisas tiempo después. Las condiciones cambian radicalmente. Si en los primeros días de aclimatación se podían subir y bajar 1.000 metros en un día, por encima de los 7.000 la situación es diametralmente opuesta: “Hicimos alrededor de 400 metros un día... y estuvimos 13 horas. Eso fue el trayecto desde el campamento base hasta el campo 1, que está pasando el campo 2, hasta una altura de 7.400 metros. Antes hacíamos 2.000 metros en un día, pero acá la cosa es muy distinta: el cuerpo sufre diferentes tipos de shocks, al haber tan poco oxígeno el organismo está permanentemente alerta, como si tuviera un sistema de alarma. Cada 15 ó 20 minutos uno se ahoga, si intenta dormir ese ahogo te despierta y toda la musculatura se contrae; entonces hay que dormir sentado, con los petates puestos para que el cuello no caiga hacia los costados, porque puede provocar un bronco espasmo. A la noche no se puede salir de la carpa para orinar, se orina en botellitas que luego se ponen en la bolsa de dormir para mantener la temperatura. Además uno duerme con el arnés, la picota de escalada y los grampones atados a la mochila, porque si hay un derrumbe y es necesario salir corriendo, en el apuro se pueden perder los elementos sin los cuales después será imposible sobrevivir. Esto erosiona muchísimo el ánimo, provoca un gran desgaste; nos metían a la carpa a las 6 de la tarde y no podíamos salir hasta las 9 de la mañana siguiente, porque la temperatura era de 10 grados bajo cero o menor aun”. Observar las fotos de esos momentos críticos, en la parte más alta, aporta otros indicios sobre el esfuerzo que implica transitar esas alturas. Los rostros hinchados por la insuficiencia de oxígeno casi desfiguran a las personas, expuestas a una serie de penurias que hace inevitable la siguiente pregunta:

    -Decíamos que hay que dejar de lado el ego porque te puede matar ahí arriba. Ahora, ¿qué otra explicación hay para sufrir tanto esfuerzo y sacrificio que no sea el mero ego? ¿Qué otra motivación hay?
    -Es una buena pregunta. El ego te puede hacer actuar privilegiando tu vida respecto a tu compa ñero en algún momento. Tampoco aparece la idea de muchos, que dice si llegué al campo 1, cómo no voy a llegar al campo 2. Uno debe tener una concentración tal que no sé si alguna vez la volveré a tener para (la cumbre del) Everest. Uno debe tener un estado psicológico tal donde debe sacar de sí todo tipo de emoción, porque si extrañás a tu familia, te largás a llorar y quebrás emocionalmente, porque nos ha pasado. Porque si uno es Martín Núñez y se pregunta en algún momento ‘qué hago acá’ , se terminó todo. El tratar de sacar eso (y respondo a tu pregunta) lleva a generar una especie de psiquis colectiva, grupal, donde uno ya no es uno: es una entidad grupal, donde todos nos preocupamos por ver que todos estemos súper bien, porque al día siguiente a ese que está caído lo tendremos que arrastrar para abajo. Nos desvivimos por preparar un té caliente para quien no está bien; han pasado cosas impresionantes, como que alguien salga a derretir nieve para preparar un té para el compañero que vio caído, poniendo en riesgo su propia vida. Y le preguntan por qué hizo esa locura y responde ‘ porque estaba preocupado por vos, te vi que no hidrataste bien’ . Un té en el Everest no tiene valor, pero te puede costarla vida. Queda claro, en el razonamiento del escalador, que la fortaleza de la cadena está marcada siempre por el eslabón más débil. Para fortalecerlo, el ego puede ser un gran impedimento.
     


    El campo 3, a “8 cuadras” de la cumbre...

    El último tramo, entre los campos 2 y 3, de apenas 680 metros de diferencia, es el último de la expedición, que podrá coronar así la meta de los 8.000 metros de altura. Será, también, el trayecto más dramático. “La distancia de la base 2 a la 3 es insignificante, pero se hace eterno; no vi nada. Sólo recuerdo un suelo blanco de nieve y las botas de mi compañero, que iba adelante. No tenía fuerzas para levantar el cuello y ver para el costado, no nos dejaban sacar fotos y lo único que pensaba era cuál pierna había movido, para mover la otra. Se deja de escuchar el crepitar de los grampones en el hielo, uno debe hacer una inspiración profunda y después respirar dos veces más, para evitar el tema de la apnea, o sea respirar muy rápido y caer en la hiperventilación. Son seis horas de pensar en que debía poner un pie delante de otro y respirar 4 veces cuando terminara el ruido de la bota. Es una meditación impresionante, la mente queda totalmente en blanco y no duele nada, es un punto muerto. Lo único que me molestaba mucho era el latido del corazón, que lo sentía en mi cabeza y me preocupaba. No es como en la película, que muestra a los protagonistas que van todos charlando, eso es imposible”. Faltan menos de 200 metros para llegar a la base 3, de 8.000 metros de altura y Martín ahora siente que las fuerzas no dan para cubrir esa escasa distancia. Camina unos pasos más pero la presión no deja de crecer, con un latido en su cabeza; la respiración está muy acelerada y el cuadro se complica a cada segundo. Siente ganas de descansar, pero el sherpa, ese acompañante que se ha movido como su propia sombra en todo el trayecto, lo sostiene por el cuello y no lo deja caer, porque está dicho, nadie puede cargar a nadie ahí arriba: si la cabeza se tumba hacia un lateral o hacia abajo, tratando de tomar una tregua por el cansancio, puede ser fatal por la interrupción de las vías respiratorias. El sherpa le muestra el reloj y le hace señas, pero Martín ya no entiende. Aparece por primera vez una preocupación, en la que no había pensado antes.‘¿Cómo vuelvo?’ , piensa. Es que no hay más fuerzas. Es en ese instante cuando ve en el suelo blanco una soga de color fosforescente que se arrastra, mostrando el límite que la montaña ha impuesto para él y que sabrá respetar al pie de la letra. Porque ha entendido cabalmente que la meta no es llegar, sino también volver: “Fue en ese momento que comprendí que mis compañeros me habían desatado del cordel, para llegar hasta la base 3. Yo ya no podría hacer esos 200 metros que me faltaban; mis compañeros hicieron esos pocos pasos, sacaron la foto en los altímetros y volvieron a bajar; yo seguía en el mismo lugar, con el sherpa sosteniéndome, pero no me acuerdo mucho. No recuerdo quién me sacó la escalera de aluminio, para llevarla a quienes la necesitaban más arriba. Sé que volver hasta el campamento se hizo eterno, pero al llegar fui el que más festejó. Creo que mi alegría era mayor a la de quienes habían logrado llegar al campo 3, sentía un gran orgullo. En un momento veo al sherpa que me acompañó, que estaba totalmente desmoralizado, porque no me pudo ayudar a llegar a esa meta. Lo vi llorar, era increíble, yo lo consolaba a él, que decía que se iba a replantear seriamente seguir haciendo ese trabajo. Creía que me falló por los 120 metros que no pudimos hacer. Yo estaba feliz por mí y también por mis compañeros”.

    -¿En qué te cambió una experiencia tan fuerte?

    -Yo fui siendo un occidental egocéntrico, era una persona que hablaba de la marca de las botas que me había comprado, que tenía la oportunidad, comentaba lo que había hecho y lo que no, tenía el ‘yo’ por delante. Yo hice Rusia, yo hice el Kilimanjaro, yo... el de Sarmiento. Cuando bajé me sentí totalmente diferente, más tranquilo; por primera vez no había hecho cumbre, pero estaba más feliz que cualquiera de las cumbres logradas. Cuando duele y hay calambres es en la bajada, porque uno en la subida va con adrenalina, las reservas están a full. El fin del camino no es la cumbre, es apenas la mitad, porque después tenés que volver, por más que saltes y festejes allá arriba. La meta está cumplida cuando volvemos a casa.
     


    Centro de actividades de montaña de Sarmiento

    Además de un referente del running en Sarmiento, Martín Núñez integra el Centro de Actividades de Montaña de Sarmiento (CAMS), en el que promueve con entusiasmo una serie de proyectos y concreciones que ya lo posicionan como referencia en la región: Esto surge por una iniciativa propia de ver que las actividades de montañismo estaban en Sarmiento, pero demasiado disueltas y no había un marco que las integrara; siempre hubo trail running con referentes muy importantes, siempre hubo mountain bike, había gente que le gustaba el rapel pero no se juntaba... había gente que le gustaba la fotografía y hacían concursos de fotos en otros lugares, pero no en Sarmiento. Entonces nos pareció prudente dar un marco institucional para crear, en poco el tiempo, el Club Andino Sarmiento. Para eso creamos 5 áreas, entre las que se cuenta el trekking, para gente que se inicia recién en las caminatas. Hace un tiempo hicimos una caminata al Bosque Petrificado, con más de 100 personas. Con la Secretaría de Deportes hicimos senderismo por el Musters, siguiendo la huella del Senguer, cuando estaba la decreciente del río. En el Día Internacional de Turismo, también con la Secretaría, hicimos concurso de fotos para la Feria del Libro, junto a la Secretaría de Cultura. Ahora estamos trabajando con Medio Ambiente y hemos integrado las áreas municipales con diferentes actividades deportivas, con tanta suerte que un integrante de la guarnición militar, Julio Argentino Montiel, nos informa que hay una palestra y una escuelita de escalada dentro de la guarnición: así que ahora, con chicos de 8 a 12 años, estamos haciéndolos subir a la palestra por primera vez.
     


    4 G en las altas cumbres

    La comunicación de Nepal se organizó para que vía tecnología micro ondas se pueda contar con conexión 4 G incluso en la altura, ya no se usa más comunicación satelital desde el campamento; incluso hacíamos video conferencias para comunicarme con mi familia, con mi esposa y mi hija que a las 5 de la mañana estaba conectada desde acá.
     


    Almuerzo invitado por los yaks

    Habíamos pasado mucha hambre, como buen argentino, porque ellos no comen carne, sólo arroz y legumbre y eso nos llenaba hasta cierto lugar. Con otros compañeros nos robamos la comida de los yacks, que era una especie de harina o un cereal molido, como el nestum que se les da a los chicos. Se les prepara eso con agua y como teníamos hambre les sacábamos un par de cucharadas de la bolsa para preparar un omelet con huevo o una especie de panqueque. Así no nos hacía tanto ruido la panza. Teníamos tecnología de paneles solares, 4 g para conectar la tablet, pero salíamos a robar un poquito de harina a los animales.
     


    Los cuerpos del Everest

    Nos advirtieron que íbamos a ver cosas muy duras, como los cuerpos del Everest, que es lo primero que preguntan todos, si los viste. Son los montañistas que han muerto en otras expediciones. Y sí, están, pero lo que uno ve son simplemente una campera fusionada en el hielo y sinceramente nadie levantó la cabeza para ver; yo iba cuarto en la cordada y no vi a nadie que prestara atención; se toman como punto geográfico, pero se trata con mucho respeto. Antes de subir, hay un lugar donde se les rinde homenaje, están los nombres de las personas que dejaron su vida; hay que aclarar que no se pueden sacar porque a 7.000 ú 8.000 metros de altura, no hay fuerza humana suficiente para arrastrar esos cuerpos; es imposible cargar, apenas se puede caminar. Dábamos un paso y teníamos que respirar 4 veces antes de dar el próximo.
     


    Seguridad en las alturas

    Hasta los 2.000 metros, usualmente, hay vegetación. De los 3.000 en adelante aparece una zona rocosa, con muy poca vegetación; de los 3.000 a los 4.000 es todo zona de roca. En los 5.000 hablamos de las nieves eternas, incluso en Africa. A los 6000, viene la parte glaciaria, que es la compactación de la nieve de muchos años, se le va el aire y se genera una masa como cemento. En esa parte uno no puede ir a mano o con guantes, sino que en la bota se pone una base de 12 dientes filosos de aluminio, que se van clavando en el suelo para avanzar, en un plano inclinado de unos 30 grados. En la mano se usa una piolet o picota técnica, que es una especie de hoz que se va clavando. En lugares de riesgo se usan unos tornillos de hielo, que se fijan en la pared glaciaria, se le coloca un mosquetón y a partir de ahí uno se sujeta con un arnés. Es decir que uno en ningún momento, estando en su sano juicio, hace una escalada libre a 5.000 metros de altura. Además siempre está el guía y el compañero de cordada. Uno va lo más seguro posible.
     


    Payaso

    Cada integrante de la expedición tiene un lugar determinado en el grupo, de manera que contribuye a la logística enorme que requiere un viaje de características internacionales como las que requieren las principales cumbres del mundo. Está el que se encarga de los equipos, el médico o paramédico, que llevará botiquín para toda la expedición... a mí me toca algo que yo defino como payaso, porque el tema anímico es muy peligroso y así como el buen ánimo es contagioso, también si pasa algo negativo se torna una bola de nieve muy peligrosa: una quemadura con una soga, un martillazo en el dedo o cosas así cambian el ánimo del grupo negativamente. Como yo trabajo con chicos en la escuela, puedo detectar esas situaciones rápidamente. Entonces un chiste, un comentario, una mueca pueda hacer que la mente grupal se retrotraiga y deje de lado el punto de preocupación. Por ejemplo en Indonesia no hay viento y entonces cuando las lonas de las carpas se sacudían por el viento en la montaña y gente de ese país se veía muy preocupada, porque parecía que se volaba todo, yo salí corriendo una vez en cueros y dije my country, Argentina, in Patagonia, this no wind jaja y entonces todo el mundo se ríe. O pasa cuando hay que hacer ascensos por grietas glaciares, que son muy tediosos, porque hay que ir despacio, soy de bajar haciendo rapel y dejar algún dibujo, sabiendo que minutos después van a pasar y verán el dibujo... cosas así, que pueden contagiar una sonrisa y uno se gana un lugarcito con esto, con lo que yo traté de generar una empatía a partir de las cosas feas que pasaron en Aconcagua. Y prendió.
     


    Otras experiencias inolvidables, más allá de las cumbres

    Martín Núñez hizo también otras cumbres de gran renombre, además del Aconcagua, como el Kilimanjaro (5.895 metros, septiembre de 2014). De cada una, destaca experiencias muy particulares. En Tanzania, por ejemplo, pudo tomar contacto con niños de una escuela, movido por su curiosidad como docente, aceptando las pautas culturales de la gente del lugar y compartiendo una tarde de juegos y hasta una cena, luego de haber trabajado con ellos durante un rato en una plantación de café (previamente, lo habían invitado a almorzar pero no pudo comer al no haber trabajado antes). Fue una experiencia muy enriquecedora, agarraron las hojas de una palmera y armaron una pelota, me dicen: Maradona?... y nos pusimos a jugar al fútbol, aunque ellos no sabían pronunciar esa palabra. Otra vez, la cumbre no fue lo más importante, sino esta experiencia con los chicos.

    Más adelante, fue el turno de el Elbrus, en Rusia 5642 metros (Julio del 2015, donde compartió el logro con otro comodorense, Sergio Vahnovan, que también relató esa experiencia en las páginas de Dom). Algo que nos tocó ver fue el paso de los tractores de nieve, que por el auge del merchandising llevaba turistas sin aclimatación previa hasta los 4.000 metros y cualquiera, con pasar una tarde, podía llegar a hacer cumbre. Veíamos gente bajar de esos vehículos y vomitar a los tres pasos, porque es muy riesgoso hacerlo de ese modo; era muy duro también salir caminando de madrugada y que las orugas nos pasaran al lado y nos tiraran hielo, cobrando unos cuantos dólares para llevar gente arriba. Nosotros no teníamos los dólares, pero además hicimos la aclimatación como se debe, porque ese tipo de experiencias puede poner en riesgo la vida o la salud de las personas. Además tuvimos el honor de ir con un guía ruso que se llama Antony Boloniev, un leopardo de las nieves, porque el padre fue uno de los que abrió el camino del Everest. Realmente aprendimos mucho con él. La diferencia entre pagar el tractor y hacerlo del modo correcto, caminando y respetando los tiempos del organismo para aclimatarse, coincide Núñez, acaso sea la misma que hay entre vivir una experiencia o simplemente consumirla. No hay una cumbre más importante que otras, todas tienen un grado de satisfacción en sí mismas y lo mejor está en el camino hacia ellas.
     


    Los héroes del Everest

    Acá los héroes no son los escaladores. El primer héroe es el guía general, la persona que va probando las grietas, arriesgando su propia vida. En segundo lugar, los yaks, esos animales que ayudan a llevar los equipos hasta los 4.500 metros y que son impresionantes, que en un momento los escuchamos romper el vaso contra la roca, porque no están herrados y sin embargo siguen. Apretábamos los ojos al escuchar ese ruido, porque no queríamos mirar. También están los pilotos de helicópteros, que hacen un trabajo impresionante y son realmente buena gente. A veces llegan con un paquete de galletitas o un caramelo y eso realmente es invaluable allá arriba. Y por último está el escalador.
     


    Agradecimientos de Martín Núñez

    En especial a la familia y amigos de montaña que me acompaña incondicionalmente. - Prof. Walter Ñonquepan presidente de Chubut Deportes. - Áreas Turismo, Deportes y Prensa de la Municipalidad de Sarmiento. - Al C.A.M.S. (Centro de Actividades de Montaña de Sarmiento). - Mario Oyola (CrossFit Dauk) - Pablo Piccone guia U.I.A.G.M.
     


    Para seguir escalando

    Everest es una entretenida película, basada en hechos reales, que cuenta la historia de un grupo expedicionario que intentó hacer cumbre en el año 1996, aunque el resultado final no fue el más feliz. Con las lógicas licencias que debe tomar el cine para contar una historia atractiva, el argumento refleja con bastante claridad el dramatismo que puede vivirse a esas alturas.
     


    Créditos:


         
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