"Ciudad Luz" |
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A continuación se presenta el cuento "La escritura del Dios", en tipografía de color el comentario del Profesor Luis Rybier sobre el mismo.
La cárcel es profunda y de piedra, su forma, la de un hemisferio casi perfecto, si bien el piso (que también es de piedra) es algo menor que un círculo máximo, hecho que agrava de algún modo los sentimientos de opresión y de vastedad.
Ya en esta parte se prefigura la forma del universo o por lo menos la esfera celeste que es la representación que tiene el hombre, es decir, esto ya es un mundo para quien viva ahí o quienes vivan en ese lugar...
Al ras del suelo, una larga ventana con barrotes corta el muro central; en la hora sin sombra (el mediodía), se abre una trampa en lo alto y un carcelero que han ido borrando los años maniobra una rondana de hierro, y nos baja en la punta de un cordel, cántaros con agua y trozos de carne. La luz entra en la bóveda, en ese instante puedo ver al jaguar...
El mundo de Tzinacán está dividido en su yo y la realidad del jaguar, ambos personajes extremos en la realidad del mundo celda de Tzinacán.
En un lado el mago, el hombre, quizá el sabio, con su mundo interior plagado de conjuros y símbolos. Por el otro, un jaguar con su realismo quizá sanguinario pero exponente de una realidad casi ofensiva en relación al mundo mágico de Tzinacán.
La persistencia de ambos en el espacio y el tiempo, está supeditada a un personaje, el carcelero, el que a través del tiempo pierde su identidad, a pesar de que quizá este sentido anónimo de su existencia lo prefigura casi como un dios que maneja y controla el pequeño mundo de los presos...
La víspera del incendio de la Pirámide, los hombres que bajaron de altos caballos me castigaron con metales ardientes para que revelara el lugar de un tesoro escondido. Abatieron, delante de mis ojos, ídolo del dios, pero éste no me abandonó y me mantuve silencioso entre los tormentos. Me laceraron, me rompieron, me deformaron y luego desperté en esta cárcel, que ya no dejaré en mi vida mortal. Urgido por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo, quise recordar, en mi sombra, todo lo que sabía. Noches enteras malgasté en recordar el orden y el número de unas sierpes de piedra o de un árbol medicinal, así fui develando los años, así fui entrando en posesión de lo que ya era mío; antes de ver el mar, el viajero siente una agitación en la sangre. Horas después, empecé a avistar el recuerdo; era una de las tradiciones del dios. Este, previendo que en el fin de los tiempos ocurrirían muchas desventuras y ruinas, escribió el primer día de la creación una sentencia mágica, apta para conjurar esos males. La escribió de manera que llegara a las más apartadas generaciones y que no la tocara el azhar. Nadie sabe en qué punto la escribió ni con qué caracteres, pero nos consta que perdura, secreta, y que la leerá un elegido. Consideré que estábamos, como siempre, en el fin de los tiempos y que mi destino de último sacerdote del dios me daría acceso al privilegio de intuir esa escritura. El hecho de que me rodeara una cárcel no me vedaba esa esperanza; acaso yo había visto miles de veces la inscripción de Kaholom y sólo me faltaba entenderla. Esta reflexión me animó y luego me infundió una especie de vértigo. En el ámbito de la tierra hay muchas formas antiguas, formas incorruptibles y eternas. Cualquiera de ellas podía ser el símbolo buscado. Una montaña podía ser la palabra del dios, o un no o el imperio o la configuración de los astros. Pero en el curso de los siglos las montañas se allanan y el camino de un no suele desviarse y los imperios conocen mutaciones y estragos y la figura de los astros varía. En el firmamento hay mudanza. Las montañas y las estrellas son individuos y los individuos caducan. Busque algo más tenaz, más invulnerable. Pensé en las generaciones de los cereales, de los pastos, de los pájaros, de los hombres. Quizá en mi cara estuviera escrita la magia, quizá yo mismo fuera el fin de mi busca. En ese afán estaba cuando recordé que el jaguar era uno de los atributos del dios. Entonces mi alma se llenó de piedad. Imagine la primera mañana del tiempo, imagine a mi dios confiando el mensaje a la piel viva de los jaguares, que se amarían y se engendrarían sin fin, en cavernas, en cañaverales, en islas, para que los últimos hombres lo recibieran. Imaginé esa red de tigres, ese caliente laberinto de tigres, dando horror a los prados y a los rebaños para conservar un dibujo. En la otra celda había un jaguar, en su vecindad percibí una confirmación de mi conjetura y un secreto favor...
El mago quizá como todo hombre trata de justificar su existencia o al menos justificar el sentido de su relación con su dios. Mira primero lo que es inaccesible para él, por su condición de preso.
Sabe que en cada cosa existente está una parte de la rúbrica de dios. También en él, pero desconfía, desconfía de su condición, quizá su racionalidad (como se verá) más que una ayuda es un impedimento para esta comunión con la palabra de dios, que en definitiva, es dios.
Borges colocó, no sin un propósito avieso, junto al hechicero un tigre disfrazado de jaguar. La poderosa imagen de este animal encierra una empatía con la fuerza creadora de la naturaleza, que no puede esquivar la consustanciación casi directa que tiene el tigre o jaguar con su creador.
Bien sabe Borges y no se ha cansado de reiterar que cada cosa tiene en su esencia, en definitiva la misma que la del dios, de Tzinacán o de cualquiera.
Es inevitable pensar que cualquier compañero circunstancial del mago podría haber sido en definitiva el dibujo necesario para este, su desmedido deseo.
Pero el contraste entre hombre y tigre no sólo es deseable para Borges sino también feliz para cualquier poeta. Pero, ¿cómo resolver un acertijo que según Platón no está ligado a la inteligencia sino a un estado místico, de éxtasis?. Veamos cómo Borges resuelve esto.
Algunas incluían puntos; otras formaban rayas transversales en la cara interior de las piernas; otras, anulares, se repetían. Acaso eran un mismo sonido o una misma palabra. Muchas tenían bordes rojos. No diré las fatigas de mi labor. Mas de una vez grité a la bóveda que era imposible descifrar aquél texto. Gradualmente el enigma concreto que me atareaba me inquietó menos que el enigma genérico de una sentencia escrita por un dios. ¿Qué tipo de sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? consideré que aún en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortuga que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo, universo.
En estos momentos Tzinacán entiende que su búsqueda es un caso particular de la existencia de una palabra del Dios que involucraría el universo como espacio en su totalidad, el tiempo en todos sus estados, pasado, presente y futuro, y este pensamiento es como una proyección que quizá le interese, aún sin él mismo saberlo, mas que el criptográfico mensaje oculto en la piel del tigre.
Quizá mas que saberlo, intuye que un problema, contiene al otro...
Volví a dormir; soñé que los granos de arena eran tres. Fueron, así multiplicándose hasta colmar la cárcel y yo moría bajo ese hemisferio de arena. Comprendí que estaba soñando. Con un vano esfuerzo me desperté. El despertar fue inútil; la innumerable arena me sofocaba. Alguien me dijo no has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de los granos de arena. El camino que habrás de desandar es interminable y morirás antes de haber despertado realmente.
En los sueños, estamos fuera del espacio y del tiempo. No tendríamos en la realidad de la vigilia la posibilidad de generar un infinito numerable en nuestro tiempo, breve tiempo humano ¿qué significa el grano que se repite una y otra vez, quizá el vano intento de elucidar lo metafísico, lo divino, a través de una secuencia determinada por nuestra propia conciencia?.
Una de las hipótesis, enunciada en un cuento anterior de Borges, sugiere, parafraseando a Bertrand Rusell que el universo no sería más que un electrón desplegado por nuestra conciencia en una infinidad de dimensiones, cual la multiplicación en un mundo de espejos. Platón advirtió, lo vano del intento, tratar de llevar lo particular a lo absoluto general, es decir, Dios.
El camino implicaría una secuencia temporal infinita que ni siquiera conduciría a la solución. Los granos de arena se multiplican, idénticos, persistentes, reales, al menos en el sentimiento provocado a Tzinacán. Pero esta conexión, tiene un mensaje.
Quizá su Dios, le esté diciendo: vana es tu tarea, ya otro hombre en otro espacio y otro tiempo, trató de reconstruir la totalidad y la esencia del Dios o universo, contando los granos de arena.
Ese hombre en otro tiempo y espacio tenía la inteligencia como para contar los granos de arena del universo, pero confundió la esencia del problema. El camino esta, en otro sentido. (el Arenario. Arquímides).
En la tiniebla superior se cernía un círculo de luz. Vi la cara y las manos del carcelero, la rondana, el cordel, la carne y los cántaros. Un hombre se confunde con la forma de su destino, un hombre es, a la larga, su circunstancias. Más que un descifrador o un vengador, mas que un sacerdote del dios, yo era un encarcelado. Del incansable laberinto de sueños yo regresé como a mi casa a la dura prisión. Bendije su humedad, bendije su tigre, bendije el agujero de luz, bendije mi viejo cuerpo doliente, bendije la tiniebla y la piedra. Entonces ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo (no sé si estas palabras difieren). El éxtasis no repite sus símbolos, hay quien ha visto a Dios en un resplandor, hay quien lo ha percibido en una espada o en los círculos de una rosa. Yo vi una rueda altísima que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo. Esa rueda estaba hecha de agua pero también de fuego y era (aunque se veía el borde) infinita. Entretejidas, la formaban todas las cosas que serán, que son y que fueron, y yo era una de las hebras de esa trama total, y Pedro de Alvarado, que me dio tormento, era otra. Ahí estaban las causas y los efectos y me bastaba ver esa rueda para entenderlo todo, sin fin ¡oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!. Vi el universo y vi los íntimos designios del universo. Vi los orígenes que narra el Libro del Común. Vi las montañas que surgieron del agua vi los primeros hombres de palo, vi las tinajas que se volvieron contra los hombres, vi los perros que les destrozaron las caras. Vi el dios sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos procesos que formaban una sola felicidad y vi, entendiéndolo todo, alcancé también a entender la escritura del tigre. Es una fórmula de catorce palabras casuales (que parecen casuales ) y me bastaría decirla en voz alta para ser todopoderoso. Me bastaría decirla para abolir esta cárcel de piedra, para que el día entrara en mi noche, para ser joven, para ser inmortal, para que el tigre destrozara a Alvarado, para sumir el santo cuchillo en pechos españoles, para reconstruir la pirámide, para reconstruir el imperio. Cuarenta sílabas, catorce palabras, y yo, Tzinacán, regiría las tierras que rigió Moctezuma. Pero yo sé que nunca diré esas palabras, porque ya no me acuerdo de Tzinacán. Que muera conmigo el misterio que está escrito en los tigres. Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquél otro, que le importa la nación de aquél otro, si él ahora es nadie. Por eso no pronuncio la fórmula, por eso dejo que me olviden los dias, acostado en la oscuridad...
El sueño de Tzinacán, no es sólo figurativo, sino también profundamente y profusamente simbólico, ya otro hombre se adelantó a Tzinacán y fracasó en lo esencial de su búsqueda.
El sueño en un sentido de iluminación, o utilizando el término budista de ilustración, lo desencaja del sentido de su búsqueda, pero al mismo tiempo le provoca el éxtasis como sinónimo de aprehensión a través de la totalidad de su ser, como para quizá lograr el estado místico, para comprender, ya no simplemente a través de la razón, sino a través de toda la conciencia de la que puede disponer un ser humano.
Entonces, se produce el milagro, y en un instante que no tiene tiempo, ni espacio la luz se produce y esta rueda que está en todas partes, y esta esfera de Pascal cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna, esto que es todo y nada a la vez se le revela al mago, quien a partir de ese instante ya no será el mismo.
Porque ha comprendido el designio de Dios, y claro está en este designio está incluida la escritura del dios que afanosamente buscó en la piel del tigre.
La trascendencia de Tzinacán recuerda al dios de Spinoza, que no tiene injerencia, al menos como preocupación de un destino individual.
El esquema del dios de Tzinacán-Borges-Spinoza sólo tiene un sentido que es como un dibujo geométrico en donde el papel de los puntos dentro de cada figura es indiferente, desconocido y misterioso, porque sólo es reconocible en la figura total, y esta le pertenece a Dios estos puntos suspensivos indican en el mejor sentido borgeano que a este comentario le puede y le deben suceder otros y otros, y así hasta el infinito.
Es de suponer que cada lector puede sugerir su comentario. Y quizá al día siguiente la misma persona haría otro. En definitiva, el sentido de este cuento, es como los granos de arena y quizá en definitiva al igual que los granos entre sí, todos los comentarios también signifiquen lo mismo.
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