"Ciudad Luz" |
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Martina ganó una beca en la American Academy of Ballet (AAB) de Nueva York y viajó junto a su mamá. Fotos: Colin Boyle.
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Con 12 años y casi seis de carrera como bailarina, Martina Céfalo sonríe con timidez. Cada vez que cuenta lo que hace y por qué lo hace, la cara se le llena de emoción.
A los 6 años -y en parte cautivada por la experiencia de su madre, que estudió danzas en el Teatro Colón hasta su adolescencia- les dijo a sus padres que quería hacer danza clásica. Después de dos años en la Escuela Municipal de Danzas Clásicas de Avellaneda empezó a estudiar con la profesora que le había enseñado a su mamá y un año más tarde, cuando tenía 9, decidió presentarse al examen de ingreso para hacer la carrera de danzas en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón.Sergio y Gabriela, sus papás, confiesan que estaban temerosos de llevarla porque es muy difícil ser uno de los 23 aceptados entre las 300 personas que se presentan. "Yo nunca incentivé a ninguno de mis cuatro hijos para que lo hicieran, pero ella nos pedía", cuenta Gabriela a Infobae en el comedor de su casa en la localidad de Villa Domínico. "La selección en el Colón es muy dura y Martina hacía poco que se venía preparando", acota Sergio. "Por eso teníamos miedo".
Sin embargo lo hicieron y Martina pasó por tres instancias eliminatorias: un examen físico, otro de cualidades, donde es evaluada su técnica básica, y un tercero de musicalidad. Para saber si había aprobado, en cada instancia había que acercarse a ver una cartelera en el teatro que muestra una lista y, cada vez, la vidriera reafirmaba que Martina estaba adentro.
"Yo me divertí pero igual tenía miedo porque no pensaba que iba a entrar", cuenta Martina que, junto a otras nenas de entre 9 y 12 años (ella era de las más chicas), se exponía a una competencia feroz. Al final, todos los maestros que oficiaron de jurado la eligieron por unanimidad.
"El primer año fue complicado. Me levantaba a las 5 de la mañana para entrar a las 7 al Colón y después comía en el auto e iba al colegio a la tarde", explica Martina, que acaba de pasar al cuarto de los ocho años de carrera y hace un año que ya hace el colegio a distancia. "Terminaba siempre llegando tarde y yéndome temprano, ahora estoy un poco más tranquila", apunta.Pero aún sin ir al colegio, su día a día es intenso. A la mañana toma clases en el instituto, a la tarde con sus profesoras particulares Nadia Muzyca y Gabriela Perkins. También tiene algunas actividades complementarias y, cuando queda para participar en las producciones de la temporada, tiene ensayos y funciones.
Esto último no es fácil, porque a veces se presentan muchas chicas y la selección es acotada, pero aún así, Martina se presentó en todas y viene invicta: audicionó para seis y quedó en todas. Estuvo en La Bella Durmiente, El Cascanueces y El Corsario y ahora estará en Don Quijote.El ritmo adulto de vida que lleva a su corta edad resulta cansador de solo escucharlo. Hay veces que tiene hasta tres viajes de Villa Domínico a Capital Federal por día, que sus padres se reparten para hacer.
Cuando Martina tiene clases la gran mayoría de las veces sus padres se quedan hasta que termine. Toman café y esperan porque Martina es chica para viajar sola y entre la ida y la vuelta hasta Avellaneda es complicado. Muchas veces las funciones terminan pasada la medianoche y, cómo no siempre pueden pagar la entrada para todas las presentaciones de su hija, se quedan en las escaleras del teatro junto a otros padres o tomando mate sobre la entrada de Cerrito."Son chiquitas y están en un mundo muy dispar de lo que es la realidad de un chico de 12 o 13 años", dicen sus padres. "Va a bailar, come, se acuesta a dormir, va a otra clase, vuelve a bailar. Cuesta un montón", explican Sergio y Gabriela, que tienen un salón de fiestas y se alegran de que su trabajo les permita seguirle el ritmo a su hija. "Nosotros somos papás un poco grandes. Ella es la menor y el más grande tiene 25, ya estábamos para descansar", bromean entre risas.
Pero además de las complicaciones para organizarse, también hay muchos costos. Al margen de que el Colón no es pago, los gastos que orbitan las actividades son muchos: el auto, la nafta, el estacionamiento (en la zona del teatro es casi imposible llegar con auto), el café, la comida, las clases particulares, el masajista deportivo y toda la indumentaria (las zapatillas de punta por ejemplo, que duran solo un par de meses, salen como mínimo 5 mil pesos) tienen su precio. "Pero nosotros nos motivamos porque queremos cumplirle el sueño", dice Sergio y se le humedecen los ojos.
En 2017 Martina ganó una beca de verano para estudiar en Nueva York y en julio del año pasado pudo asistir a talleres y clases para formarse en la American Academy of Ballet (AAB). Eran seis semanas pero ella asistió las dos de sus vacaciones de invierno porque, dice, "al Colón no puede faltar".
Fue acompañada de su mamá, junto a dos compañeras de danza y sus madres, perfeccionó su técnica y le encantó: "Era como en las películas".Su talento es reconocido en cada una de las becas para las que aplica pero, otra vez, la cuestión económica es siempre un obstáculo. Este enero se perdió una en Brasil y volvió a ganar una de la AAB que tampoco puede aprovechar. La que hizo, sus padres todavía la están pagando. "También hay becas que son de hasta cinco meses y el Colón te da licencias pero ¿cómo hacemos para acompañarla y dejar de trabajar cinco meses?", dicen.
Sin embargo, Martina no para. Está todo el tiempo agradecida del empuje que sus padres hacen por su carrera. Este verano, en sus vacaciones, también usó el tiempo para viajar a Mar del Plata a un seminario con la directora del ballet estable del Teatro Colón, Paloma Herrera, una de sus referentes. La pasión la define y, aún en su pequeñez física y su corta edad el objetivo está claro: "Ojalá pueda vivir para siempre de esto".
Créditos:
- Por Pilar Safatle. Publicado en el Sitio Infobae. (09/02/19)
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