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Arte y Cultura

Tesoros escondidos: cuando el arte duerme en containers
 


La zona franca de Ginebra aloja más de un millón de piezas de arte. Foto: LA NACION / NYT.

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  • La zona franca cercana al centro de la ciudad de Ginebra, un complejo de bloques de depósitos color gris rodeado por vías férreas, calles y rejas de alambres de púa, no parece un lugar precisamente afín a la belleza. Pero detrás de estas paredes, en cajas de embalaje o selladas en atiborradas bóvedas de almacenamiento, descansan más de un millón de las más exquisitas obras de arte de la historia de la humanidad. Tesoros de los días de gloria de la antigua Roma, pinturas de los grandes maestros dignas de los mejores museos y unas 1000 obras de Pablo Picasso.

    El precio del arte está por las nubes, y nada parece ilustrar mejor esa idea del coleccionismo contemporáneo del "arte como lingote" que la proliferación de depósitos como éste, donde cada vez más obras maestras son almacenadas por sus dueños, interesados antes en esperar que el valor de esas piezas siga subiendo que en colgarlas en las paredes de sus casas.
    Como permiten ahorrar grandes sumas de dinero en impuestos, las zonas francas se convirtieron en la playa de estacionamiento preferida por los coleccionistas de obras de alta gama.

    "Algunos coleccionistas tratan sus obras de arte como cualquier otro activo de su portfolio de inversiones", dice Evan Beard, asesor de arte y finanzas de la firma U.S. Trust. "Se han vuelto expertos en finanzas, y los puertos libres son el pilar de esa concepción."
    Esta tendencia ya genera preocupación por el posible uso de esos espacios de almacenamiento para actividades ilegales. También preocupa al mundo del arte, por los efectos que ese almacenamiento al por mayor puede tener sobre el arte en sí mismo. "Para mí, tratar el arte como si fuese una commodity y esconderlo en un depósito es rayano en lo inmoral", dice Eli Broad, uno de los grandes coleccionistas de arte contemporáneo, que el año pasado abrió su propio museo en Los Ángeles.

    Las zonas francas nacieron en el siglo XIX para el almacenamiento temporario de productos como granos, té y manufacturas industriales. En estas últimas décadas, sin embargo, algunas zonas francas, incluida la de Ginebra, son utilizadas cada vez más como espacio de almacenamiento de los megamillonarios. Situadas en países y ciudades benévolos con los impuestos, las zonas francas ofrecen una seguridad y una posibilidad de ahorro casi irresistibles para los coleccionistas y los dealers de arte. (Quien compra una pintura por 50 millones de dólares en Nueva York, por ejemplo, debe afrontar impuestos por 4,4 millones de dólares. Si la despacha rumbo a una zona franca, esa deuda desaparece, al menos hasta que decida volver a ingresarla a Nueva York.) En Suiza, hay por lo menos cuatro grandes zonas francas especializadas en el almacenaje de obras de arte, y hay otras cuatro recientemente inauguradas en el resto del mundo: Singapur (2010), Mónaco (2012), Luxemburgo (2014) y en el estado de Delaware (2015).

    Preocupadas por el vertiginoso crecimiento de estos espacios de almacenamiento privados, y ante la perspectiva de que se conviertan en guaridas para el contrabando y el lavado de dinero, en 2012 las autoridades suizas iniciaron una auditoría cuyos resultados fueron publicados hace dos años. Aunque la auditoría no midió específicamente el incremento de obras de arte almacenadas, de todos modos llegó a la conclusión de que sólo en la zona franca de Ginebra hay guardadas más de 1,2 millones de obras de arte, muchas de las cuales no salen de sus cajas desde hace décadas.

    Pero las zonas francas suscitan más críticas y preocupaciones: ¿son perjudiciales para el arte? ¿Almacenar en cajas millones de valiosísimas obras no pervierte el sentido mismo que el arte debería tener? Muchos en el mundo del arte opinan que sí. "Las obras de arte son creadas para ser vistas", dice el director del Museo del Louvre, Jean-Luc Martinez, y asegura que las zonas francas son los más grandes museos del mundo, que nadie puede visitar.

    Para algunos, es todavía peor lo que ocurre con las obras de arte contemporáneo, ya que pueden desaparecer sin siquiera haber sido vistas por el gran público ni entrado en la imaginación de la gente. El almacenaje pone el arte "casi en un coma intelectual", dice Joane Heyler, directora del Broad Museum.
    Ahora bien, ¿qué obras hay concretamente guardadas en esos lugares? Como el arte es guardado sigilosamente y sin hacer ruido, es muy difícil saber lo que contienen esos depósitos.
    Sin embargo, las ocasionales disputas legales, ciertas investigaciones y algunas exhibiciones específicas sobre obras almacenadas permiten hacerse un panorama de las obras específicas que nadie puede ver.

    Allí están los raros sarcófagos etruscos descubiertos en Ginebra por la policía italiana hace dos años, hallados entre los 45 cajones de antigüedades saqueadas, algunas todavía envueltas en hojas de periódicos italianos de la década de 1970.
    Y la colección de 2000 millones de dólares del megamillonario ruso Dimitri M. Rybolovlev, que incluye un Rothko; un Van Gogh; un Renoir; las Serpientes de agua II, de Gustave Klimt; el San Sebastián de El Greco; Las bodas de Pierrette de Picasso, y el Salvator Mundi de Leonardo da Vinci.
    También hay unas 19 obras del maestro posimpresionista Pierre Bonnard, propiedad de los Wildenstein, una de las mayores familias de marchands de arte del siglo XX, según el ex abogado de la viuda del patriarca Daniel Wildenstein.

    Y está el retrato de la segunda esposa de Picasso, Jacqueline, realizado por el artista, junto a otras 78 de sus obras, despachadas hacia la zona franca de Ginebra en 2012 por su hijastra, Catherine Hutin, también según documentos legales.
    "Si Jacqueline estuviera viva y viese que sus pinturas están almacenadas en una zona franca, quedaría devastada", dice Pepita Dupont, autora de un libro sobre Jaqueline Picasso.
    A pesar de los redoblados esfuerzos de las autoridades suizas por llevar registro del inventario y los propietarios, las zonas francas de Suiza siguen siendo un terreno difuso (aunque más transparente que las de Singapur, por ejemplo), atiborradas de objetos cuya propiedad es fácilmente disimulable.

    Ejemplo: hay 28 millones de dólares en obras de Andy Warhol, Jeff Koons, Joan Miró y otros artistas, actualmente almacenadas en la zona franca de Ginebra. Equalia, una empresa registrada por Mossack Fonseca (el estudio de abogados que está en el epicentro de la controversia por los Panamá Papers y el modo en que los ricos esconden sus fortunas), almacenó obras a nombre del magnate de los diamantes Erez Daleyot en 2009. Ya en depósito esas obras fueron usadas como garantía de las deudas de Daleyot con un banco belga. Ahora, un hombre llamado Leon Templesman, presidente de la fabricante de diamantes neoyorquina Lazare Kaplan International, intenta apropiarse de esas obras como parte de una disputa entre Daleyot y el banco.

    Los coleccionistas y los dealers de arte eligen guardar obras de arte en zonas francas por razones más pedestres que la evasión impositiva. Algunos simplemente no tienen lugar en sus casas, como señala la asesora de coleccionistas Georgina Hepburne Scott. En una zona franca, esas obras están protegidas en un ambiente con atmósfera controlada, cámaras de vigilancia y tras paredes ignífugas.

    "Las obras así se preservan. No es como si hubiesen estado colgadas encima de una chimenea", dice la experta. Algunos de los depósitos también tienen una especie de showroom donde los coleccionistas pueden revisar sus obras o mostrárselas a potenciales compradores. Este año, después de que los votantes de Ginebra rechazaron un proyecto de ampliación del principal museo de arte de la ciudad, un abogado suizo, Christophe Germann, escribió una columna en un diario en la que propuso que las zonas francas sean obligadas a abrir sus puertas para que el público pueda disfrutar de las colecciones privadas, como una forma de retribuir los beneficios fiscales que reciben.

    Para muchos artistas vivos, mientras tanto, el hecho de que sus obras puedan terminar almacenadas en búnkeres de atmósfera controlada se ha convertido en una realidad de su profesión.

    "Idealmente, me gustaría que mi obra estuviera exhibida y no guardada", dice Julia Wachtel, artista contemporánea que sabe que sus coleccionistas tienen algunas obras almacenadas. En su peor faceta, dice Wachtel, las zonas francas representan el sistema financiero en el que los inversores no tienen conexión alguna con las obras en las que invierten. Pero la artista también reconoce que los depósitos de obras permiten que los coleccionistas responsables puedan lidiar con sus colecciones y con la falta de espacio. "Lo que nos mantiene vivos a los artistas son las personas que compran obras de arte", dice Wachtel.

    "Por más que ahí se queden mientras el coleccionista esté vivo, en algún momento saldrán a la luz. No se quedan ahí guardadas para siempre", completa la dealer de arte neoyorquina Ezra Chowaiki.
     


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