"Portal a los Hielos Eternos" |
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Plaga de castores en el Parque Nacional Tierra del Fuego. Foto: Fernando de la Orden / Enviado Especial.
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Es primavera pero en Ushuaia amaneció nevando. Se supone que acá, en el Parque Nacional Tierra del Fuego, debería haber un bosque tupido de lengas de más de un siglo de vida. Pero en este lugar parece que alguien hubiera puesto una bomba: hay árboles que murieron de pie, hay árboles de los que sólo queda un tronco mutilado que llega a la rodilla y hay árboles ahogados en el agua quieta. Lo que pasó acá no fue el estallido de una bomba sino una expansión descontrolada de castores, unos roedores que también destruyen los puentes que van a las pistas de esquí e inundan rutas. Hasta ahora, los expertos habían probado con cazarlos para controlar la especie, pero no funcionó. Por eso, cambiaron de plan: por primera vez, van a entrenar a un equipo para terminar para siempre con ellos.“En 1946, trajeron 20 castores de Canadá con la idea de fomentar la industria de las pieles. Pero acá, los castores no se encontraron ni con osos ni con lobos, los depredadores que tenían allá, y empezaron a multiplicarse y a expandirse”, arranca el biólogo Adrián Schiavini, investigador del Conicet y a cargo de la Estrategia Nacional sobre Especies Exóticas Invasoras. El descontrol fue tal que aquellos 20 castores hoy son, por lo menos, 100.000 y ya afectaron una superficie de bosque equivalente a dos veces la Ciudad de Buenos Aires. Por eso, fueron catalogados como “especie exótica invasora”: algo raro de escuchar para el turista que llega a una provincia en la que el “Cerro Castor” es uno de sus grandes atractivo turísticos.
La imagen del árbol carcomido parece de dibujitos animados. “El castor roe el árbol hasta que lo derriba, luego lo troza y lo usa para alimentarse y para construir su madriguera”, dice Schiavini, parado al lado de una lenga de tanto porte que lo hace parecer pequeño. El árbol está erguido pero muerto porque el castor, que esta vez no logró derribarlo, cortó las venas que conectaban las raíces con el cuerpo. Cuando lo tumba, lo troza y arma diques que cortan el flujo del agua, “por lo cual, lo que era un arroyo de montaña se convierte en una serie de embalses de agua quieta y muchos seres vivos que vivían ahí dejan de poder moverse”, sigue. No es un arroyo o un río aislado: el 95% de las cuencas de la provincia ya fueron colonizadas.
Erio Curto, Director de Áreas Protegidas de Tierra del Fuego habla de tiempos: “Puede cortar un árbol pequeño en horas y un árbol grande en días. Hablamos de árboles de 100, 150 años de vida”. Y a diferencia de lo que pasa en Canadá, donde los árboles vuelven a crecer, la lenga no rebrota. Acá, estos troncos delgados y grises, estáticos y con el agua al cuello, son los brazos en alto de los árboles que murieron ahogados cuando los castores alteraron la escena: voltearon árboles de ribera, provocaron el desborde de los arroyos, inundaron todo.
Pero los daños no se limitan a las lengas, los ñires y los guindos. Este verano destruyeron en semanas un puente de madera que habían hecho para llegar a un centro de esquí (y que había costado 50 mil pesos). “Puede cortar una pista de sky también porque se llevan los árboles e inundan el lugar. También las rutas. Para la mente del castor, un terraplén con una alcantarilla es un dique casi hecho. Tapan el agujero, eso se llena de agua y la ruta se inunda. Llevar una máquina y deshacer todo eso cuesta unos 30 mil pesos, y encima te vas y el castor lo hace de nuevo en 2 o 3 semanas”, dice el biólogo. También son una amenaza para el agua de consumo porque pueden tener enfermedades o parásitos que, cuando defecan u orinan, quedan en el agua.
Lo primero que quisieron hacer fue controlar la especie: que los vecinos los cazaran, vendieran las pieles y cobraran por cola. “Pero no funcionó porque lo hacían como un hobby o para tener ingresos extra. Y sólo cazaban cerca de los caminos, nadie se metía al bosque y caminaba tres días con el frío que hace acá”, dice Curto. Hasta que vieron que los castores ya habían salido de la isla y habían nadado hasta Punta Arenas. Entendieron que si no le ponían un punto final había un riesgo de que invadieran el continente, se desparramaran por la cordillera y llegaran, por lo menos, hasta Neuquén.
Lo que ahora empieza, entonces, es un programa piloto –coordinado por el ministerio de Ambiente de la Nación y la provincia de Tierra del Fuego– en ocho áreas específicas. ¿Qué buscan? Por primera vez, intentarán erradicarlos y restaurar después los ambientes afectados.
Esta semana comienza el “cásting”: entrenarán a varias personas hasta elegir a las 10 mejores que irán a buscarlos: gente de campo, guías de montaña acostumbrados a andar en el frío extremo, gente que se banque meterse en helicóptero en los bosques y quedarse varios días con temperaturas bajo cero, cazándolos y registrando todo, hasta que no quede ninguno. Chile hará lo mismo: es la primera vez que dos países van a trabajar juntos para frenar el avance de la invasión. El plan será implementado por la FAO, un organismo especializado de la ONU.
Irán con trampas –que les dan un golpe en la cabeza y aseguran una muerte rápida–, y será una tarea titánica: “Hay una o dos colonias de castores cada kilómetro de río. Esperamos tener buenos resultados en 10 o 15 años”, dice Schiavini. La idea es que en este embalse de árboles asfixiados vuelva a haber pasto y árboles naciendo. “Si este bosque vuelve a ser lo que era, yo no lo voy a ver: para eso faltarán otros 70, 80 años”, sigue. ¿Habrá que pensar en un nuevo nombre para el Cerro Castor, entonces? “No –cierra–. Si algún día alguien pregunta por qué el cerro se llama Castor querrá decir que hemos ganado la batalla”.
Créditos:
- Por Gisele Sousa Dias. Publicado en el Diario Clarín. (20/10/16).
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