"Portal a los Hielos Eternos" |
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EL 17 de agosto pasado, el pueblo argentino evocó a su héroe máximo, el general José de San Martín, en el sesquicentenario de su muerte.La figura del Santo de la Espada -como lo llamó con inspirado acento Ricardo Rojas- es, históricamente, uno de los símbolos más puros y respetados de la Nación. Por su decisiva intervención en el proceso de la emancipación americana, por la magnitud de su hazaña político-militar, por la grandeza de espíritu con que llevó a la victoria la causa de la independencia continental, San Martín está instalado en un lugar de privilegio en la veneración de los hijos de este suelo.
El gesto reverencial que los argentinos reservan para el extraordinario jefe militar que traspuso la Cordillera y viajó al Perú con su ejército de liberación es la respuesta a una trayectoria pública de excepción. San Martín es, básicamente, eso: una figura pública de dimensiones colosales.
Desde esa perspectiva carecen de toda relevancia los pormenores de su vida privada que están siendo discutidos con algún énfasis, de un tiempo a esta parte, en los medios informativos o culturales.
Los detalles de la vida íntima del general nacido en Yapeyú, traídos y llevados con fruición en libros o crónicas periodísticas, sea que se basen o no en documentación confiable, resultan prescindibles e inocuos desde el punto de vista del reconocimiento que la Nación le debe a San Martín.
Eso no significa que esos aspectos anecdóticos menores de la biografía del prócer carezcan de interés o deban ser omitidos: los escritores, novelistas, periodistas o investigadores que desean hurgar en esos datos personales de carácter íntimo no deben ser obstaculizados en esa tarea.
En última instancia, están haciendo uso de su libertad de investigación y de expresión. Merece un fuerte rechazo, por eso, la agresión de que fue objeto un autor en Rosario, recientemente, en momentos en que estaba presentando su libro.
Lo que debe quedar en claro en todos los casos es que la gloria sanmartiniana se asienta fundamentalmente en lo público y no en lo privado de su itinerario vital. En relación con el fervor que el héroe inspira a su pueblo, carecen de sentido y de utilidad las frecuentes controversias que se establecen sobre esas minúsculas cuestiones.
Los hombres que están en la historia por sus hechos extraordinarios fueron responsables, seguramente, de muchos hechos irrelevantes y comunes, por la sola razón de que fueron humanos. Pero lo que importa a una nación en cuanto tal no es lo ordinario que esas personas hicieron sino lo extraordinario que fueron capaces de realizar.
Separemos las aguas entre la historia grande y la anécdota intrascendente, entre lo que engrandece a un pueblo y lo que sólo es materia de chisme o pasto para curiosos.
Es cierto que hay un género -la novela- que tiende a fusionar lo público y lo privado con el fin de producir un efecto superior de calidad literaria o para provocar revelaciones llenas de credibilidad humana.
Pero ese género, por valioso o respetable que sea, no afecta ni determina la dimensión pública del personaje retratado. Es sólo eso: una novela. No ofrece elementos documentales incontrastables sobre la historia de una nación.
La grandeza de San Martín, en lo que toca a la proyección de sus hechos públicos, está más allá de toda discusión. No hay espacio para la controversia en torno de lo que el vencedor de San Lorenzo representa para el sentimiento patrio.
La obra ciclópea de quienes rastrearon con solidez documental la trayectoria de SanMartín -de Mitre en adelante- no dejó resquicio alguno para la polémica en los temas que resultan esenciales para la historia patria.
Por eso la conciencia emocionada de los argentinos está más alerta que nunca para tributarle al general de los Andes, en la jornada del 17 de agosto, el tributo que su gloria inmarcesible reclama.
Créditos:
La Nación
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