"Portal a los Hielos Eternos" |
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Una tarde de invierno de 1990 mientras trabajaba con olvidados y añejos papeles en mi función de archivista en el Complejo Udaondo, me encontré casualmente con un legajo que decía "Guillermo Larregui", para mí, hasta entonces, un ilustre desconocido.Un poco satisfaciendo mi natural inquietud por saber de que se trataba, otro poco por ordenar el material impreso y fotográfico, comencé a leerlo detenidamente.
Como una ráfaga llegó a mi mente que por esos días había leído que en Chacabuco funcionaba una institución que nucleaba a los descendientes de vascos y que llevaba precisamente el nombre de Guillermo Larregui. A los pocos días fotocopié la documentación y la envié a la novel asociación.
Claro está ... que antes leí y me informé acerca de este aventurero navarro que habiendo nacido en Pamplona un 27 de noviembre de 1885, llegara a nuestra patria a comienzos del siglo y que siempre se había destacado por su tenacidad y su porfía.
Y no por ser lechero, como muchos de sus congéneres que hicieron de la actividad agrícola o tambera un rol distintivo.
Hacia 1930 lo ubicamos a Larregui trabajando en las perforaciones petroleras de Cerro Bagual en Santa Cruz y fue aquí que barajó el desafío que de alguna manera le dió el apodo y lo hizo conocido por toda la comunidad.
Entre mineros, rudos hombres de pesadas faenas, sentenció sin amilanarse ": ...soy capaz de ir hasta Buenos Aires empujando una carretilla con 199 Kg. De carga... , porque si los norteamericanos tienen todos los récords, por qué no lo podemos tener nosotros?."
Vasco, lacónico, pero de palabra, con sus casi 50 años inicio el raid el 25 de marzo de 1935 comenzando a desandar leguas, caminos polvorientos, áridas mesetas, oscuras soledades.
Antes de llegar a Chubut, a causa del frío se le congeló un pie, pero fiel a su palabra, siguió. No le importaba la torpeza de quienes pasaban y se reían, ni de quienes liberadamente aceleraban sus autos cuando lo veían caminar con su carretilla, porque también supo de la mano amiga y del gesto solidario. Pero sólo una meta le daba fuerza y esa era llegar a Buenos Aires.
Y se cumplió su objetivo tras catorce meses de travesía, nada menos que en víspera del Día de la Patria. Llegó a Buenos Aires el 25 de Mayo de 1936 cuando gobernaba el país el General Agustín P.Justo, Firpo era un ídolo del box y los argentinos comenzaban a asombrarse con las primeras películas parlantes y sonoras.
La capital del país lo ovacionó y los porteños, medio asombrados, medios escépticos, lo admiraron. Llegó a esta primera etapa de su viaje y como forma de agradecimiento donó la carretilla con sus enseres de viaje al entonces Museo de Luján que por esos días dirigía el erudito historiador don Enrique Udaondo.
Adquirió otra carretilla y con esa sed irrefrenable de aventura se dirigió a Tucumán, luego a Mendoza, cruzó los Andes y en Santiago de Chile obsequió la carretilla a otro vasco, don Pedro Arregui, de quien se hiciera incondicional amigo.
Desde Chile emprendió otro rumbo a Bolivia, siempre a pie, siempre con su carretilla, llegando hasta la tradicional y colonial ciudad de La Paz.
Inquieto, vuelve siempre a ésta, su tierra de adopción, y al pasar por Misiones la atrapante belleza de las Cataratas del Iguazú le marcaron su residencia definitiva.
Así como en el Siglo XVI fue el adelantado don Alvar Nuñez llamado el Cabeza de Vaca, quien quedara anonadado por tanta magnificencia, Larregui quedó prendado de esa naturaleza que trae al espíritu rumoreos de cascadas y cantos de pájaros.
Por ello que allí construyó su modesto albergue en un predio perteneciente a la Dirección de Parques Nacionales. En una casita construida con latas de todos colores, siempre dispuesto a dar una mano, colaboró inmediatamente con la Cooperadora Escolar de la humilde escuelita de Iguazú.
Servía de cicerone a los numerosos turista extranjeros y coleccionaba plantas e insectos. Discurría sus días tranquilamente, hablaba cinco idiomas y fue su fiel compañera Diana, una perra de policía.
Como gimnasia voluntaria se había impuesto caminar dos veces por semana los diecisiete kilómetros que separaban su casa de Puerto Iguazú, le gustaba contar anécdotas de trotamundos, de viajero incurable, ya que en su niñez europea había viajado por numerosos países del viejo continente y por Africa del Norte.
Pero fue en su madurez un argentino adoptivo, un prisionero de la tierra rojiza que supo tal vez entender a este Quijote de una sola rueda.
Quizás hoy nosotros, inmersos en conceptos tan vagos e imprecisos como: globalización; o conviviendo con otros como: frivolidad creciente, injusticias sociales olvidadas, indiferencias, o sociedad mediática, no podamos entender el perfil de un hombre y una apuesta sólo comprensible en la década del treinta, cuando se soñaba heroicamente con un Vito Dumas o un Mermoz.
Años en que aviadores, navegantes, nadadores o boxeadores asombraban al mundo con sus proezas, por puro deleite, por pura pasión ...
El gobierno misionero a comienzos de la década de 1960 le había prometido un subsidio que nunca llegó, y que él con su perspicacia y astucia vasca sabía que nunca llegaría.
Tal vez por ello fueron sus solitarios confidentes la espesa selva subtropical y el manto de tul de las cascadas, que sabían, secretamente, que el pamplonés aclararía sus naves allí por siempre.
Por eso quizá haya sido una sorpresa leer la noticia de su muerte el 9 de junio de 1964, pero entre todas las crónicas periodísticas de la fecha me permitió recoger la de "La Nación" que rescatara en una austera semblanza la esencia del hombre de las cosas simples:
"Ha muerto en Iguazú como ha vivido: en paz consigo mismo, arrullado de sueños, abiertos los ojos y el alma al espectáculo siempre nuevo y siempre bello de la naturaleza que tanto amaba".
Créditos:
Escribe: Rodolfo I. ROdriguez. Revista "Centro Vasco Chacabuco" "Guillermo Laregui" 1989 -20 de junio- 1999. LARREGUI quijote de una sola ruedaFotografía: Museo Municipal Punta Hermengo
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