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Antes del 2 de abril de 1982, pocos británicos sabían exactamente dónde y bajo qué estatuto se encontraban las islas Falklands o Malvinas.En la mañana de ese viernes, el archipiélago ubicado en el otro extremo del mundo se convirtió en un tema que acaparó la atención de todos los habitantes del Reino Unido.
Hasta el día del desembarco argentino, el debate en torno a aquella pequeña porción de territorio sólo estaba planteado a nivel gubernamental y giraba en torno del posible destino de aquellas islas y sus habitantes.
Nadie imaginó en el número 10 de Downing Street que la respuesta llegaría desde Buenos Aires y en muchos sentidos de forma muy oportuna para el gobierno de Margaret Thatcher.
Así lo explicó a la BBC el historiador inglés Peter Beck, profesor de Historia Internacional de la Universidad de Kingston y autor del libro "Las islas Falklands como problema internacional".
"La relación entre Gran Bretaña y las islas Falklands era bastante complicada desde los últimos años de la década del 60, cuando había dos puntos de vista."Por un lado, Londres buscaba una solución al conflicto planteado con Argentina, particularmente desde que el Reino Unido se volvió más un poder europeo que uno mundial.
"Por el otro, los isleños deseaban seguir siendo británicos y no querían tener nada que ver con Argentina.
"El gran problema era tratar de satisfacer estas dos demandas".
-Pero tras la invasión, uno de los primeros argumentos utilizados para justificar el envío de la flota fue justamente el deseo manifiesto de los isleños de pertenecer a la comunidad británica.
-El problema era que, cualquiera fuera la propuesta de Londres para salir de este dilema, la oposición a un cambio no sólo venía del lado de los isleños, sino también de un grupo dentro de Gran Bretaña que tomaba partido por los habitantes de las Falklands y de alguna manera aún miraba hacia aquellos buenos años en los que el reino regía el mundo.
Por ejemplo en 1981, cuando Nicholas Ridley (secretario de Estado de Margaret Thatcher) propuso una solución de renta de las islas, ese grupo, particularmente en el Parlamento, reaccionó y forzó al gobierno a echarse atrás.
De modo que, antes de la guerra, cualquier solución que Londres quisiera encontrar a este problema chocaba contra ese sector. Cuando el conflicto estalló, la administración no sólo debió intentar una defensa de las islas, sino también responder a la presión de ese grupo.
-Después de la guerra se comenzó a entender qué intereses políticos llevaron al gobierno argentino a invadir el archipiélago, más allá de la cuestión de la soberanía. ¿Qué intereses había detrás de la rápida decisión de Thatcher de enviar una fuerza militar?
-Antes de la guerra del Atlántico Sur el gobierno británico era muy impopular. La imagen de la primera ministra estaba en baja.
Cuando se produjo la invasión, la administración conservadora fue criticada por haber perdido una posesión británica.
De alguna manera, si el gobierno no hubiera reaccionado podría haber caído, sobre todo teniendo en cuenta el tono del debate producido en la Cámara de los Comunes el 3 de abril. Como resultado, actuó en forma decidida.
Margaret Thatcher, que hoy es vista como la salvadora de las Falklands, fue considerada inicialmente la persona que perdió las islas y eso significó un enorme revés político para ella en ese momento.
-Teniendo en cuenta este punto, ¿usted considera que en algún momento existió la decisión de encontrar una salida negociada al conflicto por parte del gobierno británico? ¿O la intención fue siempre recuperar las islas?
-Yo creo que, desde el momento en que la flota partió, el gobierno no estaba realmente pensando en la diplomacia, sino en recobrar las Falklands por razones políticas y de otra naturaleza.
Por eso, las negociaciones en las Naciones Unidas no fueron tomadas muy seriamente. Hubo una negociación para mantener a Estados Unidos tranquilo, pero lo cierto es que era muy difícil acercar a las partes en conflicto.
-Dos décadas después, ¿cómo cree que ven los británicos esa guerra que en su momento contó con el apoyo de la gran mayoría de la población?
-Creo que hoy mucha gente encuentra muy difícil de creer que hayamos peleado por las Falklands, porque eran islas en las que nadie pensaba y ciertamente nadie sabía dónde estaban.
La guerra volvió a poner las islas en la mente de los británicos luego de que muchos las olvidaron.
Es muy interesante cómo en las últimas semanas varios diarios y canales de televisión han publicado y exhibido historias acerca de la guerra, y el mismo Times ha recordado las palabras de Margaret Thatcher sobre el conflicto.
Aunque mucha gente se había olvidado, queda claro que todavía se sigue recordando la victoria británica en la guerra de 1982.
-Si la mayoría no sabía dónde quedaban las islas, ¿cómo se entiende que la guerra contara con un respaldo de la población superior al 70%, un apoyo que luego contribuiría a la victoria electoral de Margaret Thatcher?
-Cuando las noticias de la invasión llegaron, el hecho del desafío a una posesión británica fue acentuado por los medios, que condujeron a la idea de "mi país está por encima de todo".
De ahí la exaltación del patriotismo, sin duda patriotería, que se pudo ver cuando la flota británica partió al compás de la canción Sailing, de Rod Stewart.
Además, ni el Parlamento (Tam Dalyell, parlamentario laborista, dijo que era muy difícil que le dieran la palabra) ni los medios querían escuchar una visión crítica de la guerra.
El diario The Sun se hizo eco de esa patriotería. Patriotería de la que se benefició Thatcher, aun más porque la guerra terminó en victoria.
-¿Cómo ve usted el futuro de las relaciones entre Gran Bretaña y Argentina en general y el destino de las islas en particular?
-Es muy difícil pensar a futuro.
Yo estuve en las Falklands cinco o seis años atrás y creo que el problema allí es que, en la medida en la que los isleños tengan capacidad de veto, será muy difícil cualquier tipo de progreso.
Entre Argentina y Gran Bretaña no hay grandes problemas. La mayor dificultad es tratar de ubicar a los isleños dentro de esa ecuación, algo que, a mi entender, será extremadamente lento.
Estracta:
BBC Mundo (26/03/02)
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