"Portal a los Hielos Eternos" |
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Domingo French se casó en 1798 con su prima Juana Josefa de Posadas y Dávila.
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Detrás del bronce que tiñe a los próceres nacionales hubo seres de carne y hueso lejanos a la perfección, como todos. En un nuevo aniversario del 25 de Mayo, una de las fechas patrias más salientes, resulta interesante hacer un recorrido por sus amores, sus odios y sus enfrentamientos.
Dos personajes destacados entre los próceres de la Semana de Mayo fueron sin dudas Cornelio Saavedra y Mariano Moreno, dos hombres que se detestaban profundamente. En sus memorias, Saavedra no disimula el odio hacia su oponente, a quien llama "monstruoso joven" y del que sostiene que Dios lo había "librado". Saavedra confiesa también que sintió "alivio" por la desaparición temprana del secretario de la Primera Junta, que murió cercano a los treinta años.Ambos se desconfiaban mutuamente, aunque eran parte del primer gobierno patrio. En una carta del 15 de enero de 1811, el general confiesa a Feliciano Chiclana: "Este hombre de baja esfera -refiere a Moreno-, revolucionario por temperamento y helado hasta el extremo (...) trató de que se me prendiese y aun de que se me asesinase (...)".
Este enfrentamiento fue más allá de ambos personajes. En Buenos Aires, mientras la intelectualidad más destacada era morenista, los menos ilustrados y el pueblo en general brindaban su apoyo a Saavedra.Paradójicamente, el pensamiento de la suegra de Moreno lindaba con parámetros saavedristas. Años después de la muerte de su yerno, Manuela Cuenca se vio obligada a hacer una presentación judicial: sus bienes habían sido hipotecados por el difunto prócer y estaba a punto de perderlo todo.
Escribió: "Yo tuve la desgracia de haber casado a mi hija con don Mariano Moreno, abogado. Luego que logró el enlace se apoderó de toda mi casa, abusó de mis docilidades y, con achaque de trasladar toda la familia, se hizo dueño de plata labrada, alhajas y muebles, vendiendo unas y conservando otras, con tal ascendiente y despotiqueces que yo abatida y sin espíritu callaba y sufría porque no padeciese dicha mi hija".Por lo general, el conocimiento que existe sobre los hombres de la Revolución se acota a 1810. Pero para ellos la historia continuó. Fue el sacerdote Manuel Alberti el primero en morir. Era enero de 1811 y contaba con 48 años. Como vocal, el religioso adhirió a la mayoría de las decisiones morenistas con una excepción: el fusilamiento de Santiago Liniers y los hombres que cayeron con él.
El hombre se negó a participar del debate alegando su condición de sacerdote. Se cree que está sepultado en las cercanías del Obelisco donde —hasta 1936— se encontraba la iglesia de San Nicolás. Según la tradición historiográfica discutió con Deán Funes y esto desencadenó un paro cardíaco fulminante.Una curiosidad destacable es que éste último era tío de los revolucionarios Saturnino y Nicolás Rodríguez Peña, hijos de su hermana Damiana Funes. La importancia de don Nicolás reside, fundamentalmente, en que su hogar fue uno los espacios donde los hombres de mayo se reunían para urdir planes independentistas. Se conserva una imagen de aquella casa, tomada hacia 1899.
Hay que destacar que otra de las particularidades de este personaje fue adherir al accionar más sanguinario de la Primera Junta. Durante su vejez Rodríguez Peña se defendió: "¡Que fuimos crueles! ¡Vaya con el cargo! Mientras tanto ahí tienen ustedes una patria que no está ya en el compromiso de serlo. La salvamos como creímos que había que salvarla. ¿Había otros medios? Así sería. Nosotros no los vimos ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos (...). Arrójennos la culpa al rostro y gocen los resultados. Nosotros seremos los verdugos; sean ustedes los hombres libres".
Juan José Castelli también fue afecto a la violencia extrema y murió en 1812 bajo las peores condiciones. A poco de recibir un diagnóstico de cáncer de lengua, un conflicto familiar devino en escándalo. Su hija Ángela, de 17 años, deseaba casarse con el saavedrista Francisco Javier Igarzábal. Ante la esperable negativa de Castelli, la pareja escapó. En una sociedad tan rígida algo así implicaba una mancha sobre la joven y la familia debió aceptar el enlace. A pocos días, el llamado "orador de Mayo" murió sin poder hablar: su médico le había amputado la lengua. Se apagó espantosa y lentamente, fogueado por la desesperación, la calumnia y la pobreza.
El primo de Castelli, Manuel Belgrano, solía buscar en él una aprobación constante y, aparentemente, carecía de fuerza en su carácter. El general José María Paz -quien luchó a sus órdenes- acotó al respecto: "Reunía cierta ligereza de carácter para juzgar a los hombres (...). Las primeras impresiones tenían en él una influencia poderosa; de modo que si en sus primeras relaciones con una persona estas eran favorables, podía contar esta con mucho tiempo con su benevolencia (...). Se dejaba alucinar con mucha facilidad, y hemos visto oficiales, y aun individuos de tropa, que no eran más que charlatanes, que le merecían un buen concepto de valientes y arrojados".
Los que distaban de ser charlatanes fueron Antonio Beruti y Domingo French. Éste último se casó en 1798 con su prima Juana Josefa de Posadas y Dávila, hermana de Gervasio Antonio de Posadas. A pesar del parentesco, al ocupar el cargo de Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata -entre enero de 1814 y enero de 1815- su primo-cuñado lo deportó. Terminó en Estados Unidos hasta que los cambios políticos le permitieron volver tiempo después a la Argentina.
A principios del siglo XX, el historiador Domingo Torres Frías, trazó el retrato de este patricio: "Era, según dicen, de talla aventajada, y marchaba muy erguido; su fisonomía era abierta e insinuante; lo que podría significar, sabiendo leer, que si había en él altivez, no abrigaba presunción; los cabellos rubios y fuertes y el rostro de un blanco mate que iluminaban sus ojos garzos, tan brillantes como expresivos, tal como lo describen a su hijo, el doctor Aurelio French, médico farmacéutico, personas que, vivas aun, le conocieron y trataron".Por su parte, tras la Revolución, Beruti se instaló en Mendoza donde actuó como funcionario de diversos gobiernos y abrazó el unitarismo. Siendo un anciano enfrentó a los federales en el combate de Rodeo del Medio, hacia 1841, bajo las órdenes del general Gregorio Aráoz de Lamadrid. Fue entonces tomado prisionero, pero cuando advirtieron que se trataba de él fue dejado en libertad. Falleció poco después. La ubicación exacta de sus restos se desconoce, pues fue sepultado en una iglesia mendocina destruida por el terremoto de 1861.
Miguel de Azcuénaga, en tanto, terminó sus días en Buenos Aires, donde poseía una chacra en el actual territorio de Olivos. Durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, el lugar fue donado a la Nación por Carlos Villate Olaguer, uno de los descendientes del prócer. Sin embargo, el hombre condicionó la entrega colocando como cláusula que la quinta debía ser utilizada como residencia presidencial de verano o sería devuelta a la familia.
Los próceres de mayo se diferenciaron notablemente entre sí, incluso perteneciendo a la misma facción. Sin embargo, tuvieron un amor en común: su patria. Por eso buscaron consolidar el sueño de la independencia, aunque muchos no llegaron a verlo.
Créditos:
- Por Adrián Pignatelli. Publicado en el Sitio Infobae. (25/05/19).
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