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La increíble vida de Dorothy Levitt: campeona de automovilismo, inventora del espejo retrovisor, escritora y feminista
 


Dorothy Levitt sobre un Napier en la iPrueba de Velocidad de Brighton que se disputó en 1905.
Allí ganó su categoría, el trofeo Autocar Challenge y estableció un récord de velocidad
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“Maravilloso. Es difícil describir las sensaciones. Hay una sensación de volar a través del espacio. Nunca pienso en el peligro. Eso no es para mí, aunque reconozco que es omnipresente. Pero soy una buena apostadora y siempre estoy dispuesta a tomar riesgos. A esa velocidad, lo más difícil es controlar el auto.
La mitad del tiempo las llantas no tocan el suelo y se debe estar preparado para absorber el impacto del aterrizaje, de otra forma, uno se sale del auto. Es más difícil mantenerse sentado en un automóvil que en un caballo galopando y brincando sobre vallas.
Cuando establecí los récords estuve sola en el auto, me gusta más así”, escribía la inglesa Dorothy Levitt en noviembre de 1906 en una entrevista publicada en The Penny Illustrated Paper and Illustrated Times, cuando ya se la consideraba una mujer récord pero todavía seguía luchando contra los prejuicios.

Por entonces era una joven de 24 años a la que el periodista que la entrevistaba describió como “delgada por naturaleza, insegura y retraída, casi tímida”, pero tenía un empuje que la había llevado a ocupar más de un lugar de los que se creían destinados solo a los hombres. La prensa la llamaba “la chica más rápida del mundo” y “la reina sobre ruedas”.
Campeona de automovilismo, dueña de varios récords se velocidad, motonauta, amazona consumada, periodista, escritora y activista de la emancipación femenina, había llegado al punto más alto de su carrera deportiva y habría logrado mucho más si, apenas cuatro años después, no hubiera decidido –por razones que siguen siendo un misterio– abandonar las competencias y también la vida pública.

Antes de recluirse hasta su muerte dejó también un libro de consejos para las mujeres que se atrevieran a ponerse al volante de un auto, “The Woman and the Car” (La mujer y el automóvil), donde aconsejaba cosas como: “no tengas miedo de tu coche” o “usa ropa cómoda, no utilices encajes ni complementos”.
También proponía utilizar “la guantera como almacén” para llevar “guantes limpios, pañuelo extra, horquillas, alfileres, un espejo de mano y chocolate”.
Vistos desde el Siglo XXI esos consejos pueden parecer de una enorme ingenuidad, pero por entonces los viajes en auto eran largos, incómodos e incluso peligrosos, sobre todo para mujeres que, como ella, decidieran viajar solas. Por eso les recomendaba también llevar con ellas “un pequeño revólver”.
 


Pasión por los fierros

Aunque luego cambió su nombre, Dorothoy Levitt llevaba en su partida de nacimiento el apellido Levi, por su padre Jacob, un judío sefaradí dedicado al comercio de té y que también era comisionista de la empresa Colvestone Crescent.
Nacida en Londres el 5 de enero de 1882, desde la adolescencia se destacó como jinete y ganó varios torneos hípicos en Inglaterra, pero el gran cambio de su vida se produjo cuando entró a trabajar como secretaria de Selwyn F. Edge dueño de Napier Cars, una empresa dedicada a la venta y el arreglo de automóviles.

En la oficina y taller londinense de Edge, Dorothy descubrió que ponerse al volante de un auto le gustaba más que montar un caballo, y no solo aprendió a manejarlos sino también los secretos de su mecánica.
Eran tiempos donde casi no había mujeres que supieran manejar y el empresario vio que Dorothy y sus habilidades podía servirle como punta de lanza para la estrategia publicitaria de Napier Cars.

Decidió invertir en ella y en 1902 le propuso ir a París para hacer una capacitación de seis meses con un fabricante de autos francés. Cuando regresó a Londres, Edge ya le tenía preparado un trabajo que la haría famosa a ella y también a su empresa: dar clases de manejo de autos a la reina consorte Alejandra, esposa de Eduardo VII, a sus tres hijas y a varios miembros de la nobleza británica.
Eso le valió que la prensa dedicara extensos artículos y, a la vez, le abrió las puertas para el objetivo final: convertirse en piloto de carreras de automóviles.

“Selwyn Edge, director de la Compañía de Automóviles Napier y famoso piloto de carreras, notó la presencia de la señorita Dorothy Levitt entre los miembros de su equipo; era una secretaria hermosa con piernas largas y ojos como piscinas.
En una decisión arriesgada para promover sus automóviles... Edge decidió que ella debería tomar parte en una carrera, aunque primero tendría que enseñarle a conducir”, relata Jean François Bouzanquet en su libro “Fast Ladies” (“Mujeres veloces”).
 


“La chica más rápida”

Hubo que vencer las resistencias del mundo automovilístico inglés para que pudiera debutar en una carrera en abril de 1903. No era la primera mujer en el mundo que participaba en ese tipo de competencias, porque dos años antes la francesa Camille du Gast había hecho la carrera de París a Berlín, pero sí fue la pionera entre las inglesas.
Con la ayuda de Edge, Dorothy no solo fue aceptada, sino que ganó la carrera al volante de un De Dion-Bouton.

En julio de ese mismo año incursionó en otro deporte, la motonáutica, y ganó la carrera inaugural del Trofeo Británico Internacional Harmsworth para lanchas motoras en Cork Harbour, Irlanda.
Allí estableció el primer récord mundial de velocidad sobre el agua al alcanzar los 31,1 kilómetros por hora en una lancha de la marca Napier, con casco de acero, 12,2 metros de eslora, motor de 75 CV y una hélice de 3 hojas.

Un año después, de nuevo al volante de un auto, fue la única mujer en participar de las Mil Millas de Hereford. No ganó, pero causó sensación.
“Levitt posó ante miembros de la prensa, quienes estaban encantados con su atípico y glamoroso atuendo de carreras, que incluía sostener en brazos a un perro pomeranio que ladraba ferozmente a los otros competidores y quienes consiguieron su propio respaldo canino al atar horribles perros de juguete al capó de sus automóviles durante las carreras”, cuenta Bouzanquet.

Dorothy ya no se detuvo y en 1905 y 1906 obtuvo sus logros más importantes. A principios de 1905 estableció un récord de distancia al convertirse en la mujer en hacer el recorrido más largo al volante de un automóvil, entre Londres y Liverpool, ida y vuelta.
Lo hizo a bordo de otro De Dion-Bouton –los autos que vendía Edge– y demoró dos días. Ese mismo año volvió a ganar otra carrera sin paradas en Escocia.

En julio estableció otro récord de velocidad en la ciudad de Brighton, esta vez conduciendo un Napier de 80 caballos de fuerza –también fabricado por Edge-, al alcanzar los 127,6 kilómetros por hora. En esa carrera ganó su categoría, todas las etapas del recorrido y el trofeo Autocar Challenge.
Al año siguiente rompió su propio récord de velocidad, al alcanzar en Blackpool los 146,26 kilómetros por hora al volante de un Napier de 100 caballos de fuerza. Con esa marca también batió el récord mundial femenino.
Los medios británicos comenzaron a llamarla entonces “la chica más rápida del mundo”.
 


Escritora, periodista, feminista

Entre 1907 y 1909 corrió las dos disciplinas y también obtuvo su licencia como aviadora. Fue una de las tres primeras mujeres en conseguirla, junto con con Marie Marvingt y la baronesa Raymonde de Laroche.
En motonáutica seguía siendo la única que competía, pero ya tenía imitadoras en las competencias automovilísticas, un mundo nuevo que abrió a muchas otras mujeres.

Al mismo tiempo, comenzó a escribir columnas en The Graphic, donde a la par que revelaba secretos de conducción invitaba a las mujeres a incursionar en el deporte y en la mecánica automotriz.
“Frecuentemente me preguntan: ‘¿De verdad entiende toda la maquinaria horrible de un motor y podría arreglarlo si se descompusiera?’, pero una máquina es fácil de controlar”, decía en una de ellas.

Utilizando como base esos textos periodísticos, en 1909 publicó el libro “La mujer y el automóvil: un manual amigable para todas las mujeres que compiten en automovilismo o desean hacerlo”, donde además de dar consejos para las mujeres que se atrevieran a sentarse detrás de un volante defendía lo que llamó “el derecho femenino a conducir”.
En el libro describe las distintas marcas de coches del momento, recomendando el modelo De Dion de un solo cilindro, al que definía como “ideal para la mujer”. Explicaba cómo arrancar el vehículo, qué vestuario cómodo utilizar, cuándo cambiar de velocidad, y también daba consejos sobre modales en la conducción y la necesidad de respetar a los peatones.

Entre las recomendaciones que brindaba en el manual hubo una que hizo historia: el uso del espejo retrovisor. Por entonces, los autos no los tenían y los conductores debían dar vuelta la cabeza para ver si alguien venía atrás y pretendía adelantar el auto.
Para “inventarlo” se valió de un elemento de uso habitual para las mujeres, el espejo del set de maquillaje. Levitt propuso tenerlo siempre a mano en el auto para “levantarlo ocasionalmente y ver lo que hay detrás”.
La propuesta fue tomada al principio con hilaridad e incluso burlas, pero no pasó mucho tiempo hasta que los fabricantes de automóviles incluyeran el adminículo en el diseño de los nuevos modelos. Hoy, el primer auto que montó un espejo retrovisor está conservado en el Salón de la Fama del Museo de las 500 millas de Indianapolis.
 


Del vértigo al ostracismo

Fuera de sus logros deportivos y de sus escritos es muy poco lo que se sabe de la vida privada de Dorothy Levitt. Los artículos periodísticos de la época la describen como una mujer independiente, privilegiada, con estudios universitarios que vivía con amigos en la parte este de Londres y atendida por uno o dos sirvientes.
Nunca se casó y tampoco se le conocieron romances. Sus últimos años están envueltos en el misterio. En 1910, poco después de publicar su manual, se retiró de las competencias y también dejó de mostrarse en público. Nada se sabe de los motivos que la llevaron a hacerlo.

Murió joven, a los 40 años, el 17 de mayo de 1922. Desde hacía unos años vivía en la casa de su hermana menor, Elsie, en el número 50 de la calle Upper Baker, en Marylebone, Londres.
Ya no necesitaba negarse –como había hecho sistemáticamente desde 1909– a conceder entrevistas.
Hacía tiempo que “la chica más rápida del mundo” había sido olvidada.

 


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