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Generación pastilla

 


El TDAH –decía la publicación– es responsable del surgimiento de la primera generación de niños medicados de la historia.

Tadeo Ling camina con los hombros cansados y se sienta frente a una mesa, sobre la falda de su madre. Afuera hay sol. La luz se filtra por las cortinas y cubre todo –los cuerpos, los muebles– con una sombra detenida y marrón.

–¿Ves? –dice Andrea Gajo, la mamá, mientras abraza a su hijo–. Él es el que tiene ADD. A metros de ambos, sobre la mesa, hay tres boletines de calificaciones; un libro –ADHD. Qué es qué hacer–; los resultados de un mapeo neuronal y una caja de pastillas.

–Desde que recibe la medicación es otro nene –Andrea estira un brazo y toma el boletín de quinto grado–. Mirá las notas que tiene. Mirá qué buen alumno que es Tadeo.

Desde hace cinco años, Tadeo toma metilfenidato (más conocido por su marca Ritalina), la medicación que suele darse a los niños que están diagnosticados con Trastorno Deficitario de Atención con Hiperkinesia (TDAH), popularmente más conocido por su sigla en inglés ADHD (ADD es sinhiperactividad).

Según los especialistas que están de acuerdo con este diagnóstico, el TDAH genera repitencia de grado en el 35% de quienes lo padecen; aumenta en un 50% el riesgo de consumir drogas durante la adultez; se controla con una atención multidisciplinaria que incluye psicofármacos; y afecta a 250 mil chicos, de los cuales hay un 10 por ciento con el trastorno declarado clínicamente.

A los diez años, Tadeo es uno de los 25 mil niños argentinos que, con el comienzo de las clases, vuelven a su régimen farmacológico para rendir "apropiadamente" en la escuela.

Y forma parte de un colectivo que la revista estadounidense Newsweek describió crudamente en una portada: "El TDAH –decía la publicación– es responsable del surgimiento de la primera generación de niños medicados de la historia".

–Si no lo medico, hace los deberes parado y apoyado en una pierna –explica la mamá–. Cuando no tiene que estudiar no le doy nada. Pero hasta sus compañeritos, cuando vienen a jugar a casa y Tadeo está sin medicar, me dicen: "Es otro Tadeo. Es otro compañero".

Antes –mucho antes– Tadeo era distinto. Pasaba los días caminando sobre la cornisa de las cosas. Se trepaba a sillas, sillones, mesas, mesadas; hacía saltar los disyuntores; daba brincos mortales que a veces terminaban mal. A los tres años se quebró un brazo. Poco después, el tabique nasal.

Hasta que, a los cinco, a días nomás de terminar el preescolar, la maestra fue clara: –Tu hijo no pasa a primer grado –le dijo a Andrea–. No presta atención. No se queda quieto. No está capacitado para copiar del pizarrón.

Junto con la noticia, la docente le entregó un papel. Era un "Cuestionario de Conners", un polémico test que, desde hace varios años, se difunde en aulas y hogares para que padres y docentes detecten, de un modo casero, el Déficit de Atención en sus hijos.

Según el test, los niños con TDAH cumplen, a grandes rasgos, con las siguientes condiciones: tienen dificultades para permanecer sentados, sus períodos de atención son cortos, tienen dificultad en esperar su turno y completar la tarea, no parecen escuchar, hablan en exceso y se frustran fácilmente ante el esfuerzo. Andrea Gajo leyó todo esto mientras hablaba con la maestra.

–¿Me viste todo el año y recién ahora me decís que Tadeo no empieza la primaria? ¿Qué se supone que haga?.

–No sé –dijo la docente–, que haga sala de cinco otra vez, a ver si madura más.

–Pero ningún nene repite sala de cinco.

–Entonces cambialo de colegio. Llevalo a un colegio del Estado, que va a ser menos exigente.

Andrea se preguntó si su hijo era tonto. Una pediatra, una neurolingüista y una psicopedagoga le respondieron que no. Hasta que un neurólogo, el doctor José Minilla, fue un poco más allá. Con dos minutos de ver a Tadeo, dio su conclusión: –Quedate tranquila –dijo–, tu hijo no es tonto. Tu hijo tiene ADD.

Desde entonces, Andrea –separada, pero más que separada: sola– habla del doctor Minilla como "mi salvador". Fue él quien le encargó un mapeo cerebral, fue él quien le explicó que los manchones rojos que aparecían en el mapeo eran las marcas de la hiperactividad, y fue él –en definitiva– quien le puso un único nombre al problema y también nombró la solución.

Según el estudio, la Tabla de Conners y las inferencias del médico, en pocos días a Tadeo le diagnosticaron Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad de tipo Combinado Desafiante Opositor. Esto es: que era un chico demasiado inquieto, que decía demasiadas veces "no".

Si ella quería tener un hijo "normal", tenía que abrirle el juego a un tratamiento con cuatro especialistas y dos cajas de pastillas al mes.

–Pero pastillas solas no –le explicó el médico–. La pastilla no es mágica.

En general, no existe un solo profesional serio que solo recete metilfenidato. El licenciado en Psicología Rubén Scandar, ex director de Docencia e Investigación de la Fundación TDAH y autor del libro El niño que no podía parar de portarse mal, advierte que el trabajo interdisciplinario es una condición básica.

Pero que, así y todo, es común que el peso del tratamiento termine recayendo exclusivamente en los fármacos. "Muchas veces los niños terminan sólo medicados, y el principal problema es la falta de tiempo –explica–. Si un nene va a la escuela de 8 a 17 y después tiene que ir a tres especialistas, ¿cómo hace?.

Se tiende a cumplir con lo más fácil: la parte farmacológica. Además, el tratamiento solo con pastillas es más barato. Las obras sociales no suelen tener profesionales especializados en TDAH, y hay que conseguirlos y pagarlos por afuera. Por ende, el peso recae en la medicación, sin tener en cuenta que los tratamientos parciales arrojan resultados parciales".  


Créditos:

  • Por J. Licitra. Publicado en el Diario Crítica de la Argentina (14/03/09)
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